Por Gastón Melo.
Papantla, tus hijos “volan”.
Cansado de las campañas y sus nefastas consecuencias, decidí pasar el fin de semana en Papantla, donde había asumido hace algunas semanas, el compromiso de reunirme con uno de los Consejos de ancianos del Totonacapan. Emprendí así, madrugador en sábado, la vía rápida hacia Tuxpan.
Pasando el circuito Bicentenario, la avenida de los Insurgentes, la zona de Indios Verdes y el teleférico surrealista y útil de Ecatepec, alcancé en media hora justa, la desviación hacia Teotihuacán. A pocos kilómetros del sitio arqueológico, percibí a los lejos los globos aerostáticos que unos minutos antes habrían levantado su vuelo silencioso sobre la calzada de los muertos.
Tanque lleno y ajustada la placa que mi Mazda estaba perdiendo, continué hacia Tulancingo y resistí la tentación para detenerme a comer un paste en alguno de los puestos entre Pachuca y el Valle de Tulancingo, donde antenas misteriosas apuntan a los extraterrestres satélites. Seguí mi camino hacia Tuxpan por la vía de cuota que después de muchos años pudo terminarse. Pasada la zona de Necaxa, la vía perfora cuatro o cinco túneles que desembocan al extraordinario puente que lleva el nombre de ese gran ingeniero que fue Gilberto Borja Navarrete. Allí cambia el biotopo y la vegetación obsequia vistas apacibles de una rica paleta de verdor esta mañana coronada de nubarrones cargados que aseguraban próximos chubascos.
Sorteadas las tempranas tempestades, tomados los libramientos de Poza Rica y Papantla, por el entronque con la carretera del Chote, llegué al Takilhsukut (el principio), uno de los más hermosos parques culturales de México, en cuya factura participamos activamente durante el gobierno de Miguel Alemán Velasco y que ha florecido en humanidad y naturaleza. Sus árboles ofrecen hoy generosa sombra a los visitantes.
Llegué puntual a mi cita a las 10 de la mañana tras las pocas y amenas horas del trayecto. Caminé despacio, acompañado de Luis y Francisco, directores del parque e ingenieros del proyecto Tajín desde su origen, hacia el Kantiyán, donde ya esperaba la mayor parte de la Asamblea de abuelos y el presidente del Consejo de voladores.
La abuela Luciana, me ofreció solemne y con gran sentimiento su bendición, purificándome con copal frente las luces votivas. En silencio volví al asiento que me fue ofrecido por mi querido Miguel León, quien se prepara desde hace años en la tradición y en otras formas más convencionales de aprendizaje, para traducir las palabras y saldar los abismos entre culturas.
El ángel del silencio atravesó, sin interrupciones, el Kantiyán, que el abuelo Isidoro (+) describe como el espacio para crear un pensamiento y un corazón. Un retrato de don Juan Zimbrón, fundador de esta asamblea, inspira la ceremonia.
El abuelo Guadalupe tomó la palabra. Busco esenciar la reunión, sin pretender lograrlo:
―siendo, creciendo, trabajando para transformar el mundo,
porque estamos haciendo una revolución en las ideas…
―aquí miramos el campo, pero conectamos también la juventud, la escuela,
la calle y la vida de todos los días…
―hay problemas con la tierra, queremos pasar del ejido a la cooperativa y
hacernos mejores, por eso nos preguntamos ¿cómo podemos crecer?…
―en veces vienen los antropólogos expertos como en el congreso de
Huehuetla y nos dicen que nosotros no estábamos aquí, los totonacos,
cuando se hicieron estos edificios del Tajín, pero yo les digo que eso no
importa, nosotros estamos aquí, los queremos y entendemos….
Habló después el abuelo Francisco, solemne y lacónico.
―lo hacemos porque las leyes de los políticos dividen a la gente y porque
cuando se deja el liderazgo se pierde el pueblo… lo hacemos también
porque la naturaleza trae bien y mal, por eso necesitamos estar aliados y
sentir hacer el bien.
El abuelo Narciso Hernández, presidente de la ceremonia ritual de los Voladores que, recientemente en Corpus-Cristi, celebró su encuentro nacional, hizo uso de la palabra:
―el nuestro es un pueblo ritualista y hemos trabajado mucho para lograr ser
un punto, una estrellita en el mundo y estamos formando a nuestros
jóvenes a través de buenas prácticas y mucho trabajo.
La asamblea se animó y participamos otros abuelos y los directores del parque; fue un evento profundo y gozoso, sincero y comprometido. Hablamos de programas de acciones y el abuelo Guadalupe pidió que hiciéramos un encuentro para aplicarnos, conviniéndolo en julio próximo. Hicimos, en ausencia, memoria de Jun Tiburcio, artista inspirador y formador del CAI (Centro de las Artes Indígenas), al que tanto contribuyó Salomón Bazbaz, hoy director enorme de Cumbre Tajín.
Pasé la tarde del sábado con amigos rancheros de origen cantábrico y entre mezcales y palabras digerí mi ceremonia, compartí visiones y obtuve otras lecciones. Dormí en su espléndida casa llena de reminiscencias insulares con imágenes de galeotas y carabelas de velas desplegadas, vistas de babor y de estribor, ventanales románticos y coloniales, impregnados de recuerdos más que añoranzas. Ismael, Jessica, sus hijos y el abuelo Toyos, me anfitrionaron con sencillez espléndida, oídos prestos y voz aleccionadora.
La noche fue perfumada, fresca y serena. Tras un rico y fortificante café matinal, salimos para desayunar en el restaurante Na-khú, pintoresco, acogedor, sencillo y cultivado de pinturas, maquetas, danzas y música para despertar pasiones. El ritual huasteco del tradicional zacahuil, imperdonable en domingo, un par de untadas de manteca con pipián y una quesadilla de hongos de chaca, ¡mmmhhh! Y me alisté para tomar el camino de vuelta, de reflexión y saudade… para continuar también, la difícil, necesaria e irrenunciable tarea de conciliar mis mundos.
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