«Nací en León, a los oriundos de ahí nos decían ‘panzas verdes’ y a los nacidos en Jalisco los llamaban ‘lomos largos’. La familia de mi papá y él mismo nacieron en los altos de Jalisco, la familia de mi mamá, también, pero ella nació en León y se enorgullecía de ello. Yo también siento ese orgullo. Pero siempre observé una rivalidad por los nacidos en Jalisco y León, también por la ascendencia; mi papá presumía a su familia vasca y mi mamá expresaba su admiración a los alemanes. Vi que las nacionalidades separan, dividen. El color de la piel oscura estigmatiza, se privilegia la blancura y la claridad de ojos. Díganmelo a mí que siempre resentí no tener los ojos azules como mi madre y tampoco su estatura.
Pero uno de mis grandes amores se llamó Pancha, nuestra nana, nuestra adorada nana que cuando para mi espanto, le picó un alacrán, sólo se amarró el dedo con una liga y siguió planchando. Yo con mucho temor, le recordé lo grave que se puso mi mamá cuando le picó uno. Pancha despreocupada me dijo: ‘¡Va! A mí no me va a pasar nada como a tu mamá, porque yo no soy corajuda como ella’. De este modo quise tener el carácter de mi nana.
Así pues soy mezcla de dos visiones del mundo: la de mi madre y la de mi nana. Y sé que me anteceden mujeres y hombres que vivieron en cuevas, que tenían miedos y alegrías, que reían y lloraban y que tampoco sabían de dónde provenían ni a dónde irían después de la muerte. Esas raíces son comunes a todos y nos hermanan.
¡Viva el día de la raza!».