Por Gastón Melo.
¿Y qué tanto es tantito? Ésta es una pregunta fundamental en la política en tanto que ciencia social, donde los instrumentos de medida no se han depurado lo suficiente y donde las magnitudes son más importantes que las cantidades.
Si aplicamos la fórmula de dimensionamiento ‒la ecuación simbólica si se prefiere‒ que compara magnitudes, a la condición en que se desempeñan desde el ejecutivo los nuevos hacedores de política, elegantemente nombrados con antelación por el presidente electo, vemos emerger un “chorro” de nuevas actitudes y un “montón” de sofismas.
La opinión pública, sabia siempre, observa dos tendencias, por un lado, la negación de la realidad, acusando la existencia de una glosa que apunta lo inverosímil de las nuevas propuestas y hace evidente una reacción, otra nube de opinión expresa en fórmulas diversas, arrogancia, ufanidad, espíritu rancio, en algunas zonas de la nueva administración propuesta.
Apuntada queda por los negacionistas, la ineptitud de los funcionarios, su inexperiencia, falta de sentido común, la inaplicabilidad de las propuestas, la falta de recursos. Actitudes déspotas, nepóticas en ocasiones, ostracistas, vengativas, gerontócratas y prepotentes, se repiten en los tuits y mensajes de las hoy viejas militancias, las oligarquías, los representantes del statu quo. También son verbalizaciones de voz baja en los pasillos de los congresos, en los clubes de industriales, restaurantes de las élites económicas, en salones de clase y casas de quienes han gozado de privilegios de promoción o de vista gorda, por su vinculación con regímenes, trátese de industriales o políticos, intelectuales o académicos pensionados o activos.
Por otra parte, tal como lo vemos entre los seguidores obtusos pero numerosos y estridentes del presidente Donald Trump, los votantes que hicieron mayoría y que sólo juran por MORENA, toman una posición de defensa ciega, militante, acrítica y beligerante, de defensa de todo lo que tiene que ver con el nuevo régimen.
Debe ser reconocida la falta en ambos extremos para iniciar un diálogo. No se trata de hacerse fifí y fresa, ni de ungirse en crítico ciego, soez a veces o gracioso de vez en cuando. Se requiere firmeza, certidumbre, orientación, expresión de los valores esenciales, ruta de trabajo, crítica constructiva y transparencia (sobre -ojalá- el decir honestidad).
La conducta ciudadana que se espera pueda contribuir a la construcción de un país mejor y ejemplar en lo posible; esa que daría pie a una nueva narrativa, actitud y práctica de vida ‒aquella que pueda animarse por profesionales, analistas, funcionarios, empresarios, maestros, trabajadores y ciudadanos‒, convida a sostener una permanente actitud de observación crítica. Juntos, estos actores, constituimos la opinión pública y en el mejor de los casos somos el equilibrio entre las fuerzas agentes en el campo social.
La rumorología es sin duda una disciplina política y puede, desde luego, ser observada, a veces corregida, ocasionalmente azuzada, aunque por lo general está fuera de control. Contiene elementos de verdad que se acentúan y de mentira que se consideran factibles. López Obrador, presidente electo, debe estar atento a algunos detalles que son lo que en la gran manzana llamarían “talk-of-the-town” y saber cuáles se asocian a qué familia taxonómica de estas variedades del rumor. Debe atenderlas porque algunas son fuente valiosa de información y base de la aplicación de correctivos.
Chismes, comentarios, historias, anécdotas retocadas a modo de percepciones, se expresan y circulan en torno a la próxima Secretaría de Seguridad, a cuyos nombrados dirigentes les han llovido desplegados y a quienes se observa inquietos cuando deberían ser el paradigma de asertividad serena. Oficinas que no saben priorizar y hunden las reuniones importantes en marejadas de citas zalameras y de lisonja fácil, que se invierten por algunos intereses para futuras cosechas. En materia de seguridad es importante no sólo pensar, sino saber pensar. Hay ciencia que soporta el conocimiento y la creatividad, la innovación debe nacer a partir del conocimiento de los hechos y aplicarse a ejercer variaciones sobre algoritmos probados y no pensarse ex nihilo (a partir de la nada).
El desconocimiento de datos duros y básicos es ya error a estas alturas del proceso de sucesión. En más de una de las administraciones, nombramientos otorgados a figuras que practican la arrogancia y fabrican círculos de exclusión, actitudes ufanas, distantes y acomodaticias, hacen daño. Descuido de las formas en personalidades del legislativo, falta de consistencia, de congruencia de orientación, por supuesto, en la comunicación.
Periodistas que vuelven o vienen y medios que dicen o dirán adiós, están hoy haciendo caldo gordo de columnas y redes sociales. Es buena la libertad de prensa, la libertad de expresión, pero en paralelo se requiere un programa de comunicación y medios con proyecto de servicio. Durante muchos años fue México y algunos de sus medios, los referentes del idioma español en el mundo. Ser “dueño” del español en el mundo es poseer mucha fuerza, no sólo domeñar sobre el gusto sino enriquecerlo, animar la narrativa y su estética, favorecer las ideas expresadas en nuestra lengua; esto no debe perderse; porque no es simplemente dejar de tener sino dejar de ser “¿quién lo está pensando?”. Pero éste es tema que me gustará glosar en otra nota que vendrá.
Son éstas, magnitudes, que no cantidades, tendencias, vectores quizá, aún no corrientes o ideologías dominantes, cosas simples a las que deben poner atención el gobierno entrante, la crítica ciudadana, el buen periodismo, la opinión pública y las redes sociales.
Por una parte, es necesario entender dónde se encuentra la esencia de los cambios, cuáles son los valores a que nos acogemos de modo compartido para evaluar, dónde los proyectos emblemáticos en que habremos de empeñarnos y en el mejor de los casos reconocernos, cuáles los actores que orientan la acción pública y que apuntalan al protagónico necesario; el incumbente, carismático, pero no necesariamente atento presidente electo.
Y es que tantito es mucho, tantito es el error, un poco lo es todo, en materia de imagen. Aquí está un nuevo México que se perfila, una ciudadanía en construcción que busca acompañarlo. Es tiempo de señales claras, de una orientación y de un llamado al orden en el micromanagment, no quizá para permanecer allí, en el detalle, sino para trazar la sutil línea entre el mundo remangado de la campaña, y el ponderado, decidido, claro, de un nuevo gobierno que se abroga el liderar la cuarta transformación sustantiva en el país.
Tal andamiaje, semejante compromiso, reclama enjundia, visión clara, disciplina, seguidores sí, pero liderazgo también para orientar las áreas con responsabilidad, desde una óptica de mejores prácticas, de trabajo organizado, de vocación de servicio, de pulcritud en la práctica de los algoritmos. Está en juego no sólo la dignidad sino la trascendencia del régimen.
Compartir la idea de México es tarea de quien ve ya el país mejor que vive en el imaginario. Ese país por venir, si ha de venir, debe constituirse de comportamientos ejemplares en el quehacer de quienes orientan su formación y tienen por mandato provocar y promover esta nueva forma conciliar y común del ser mexicano.
Hace unos días recorría con fruición un ensayo, en la brillante narración de Sarah Vowell, sobre la vuelta a Estados Unidos del viejo Lafayette hacia 1824. Una descripción llamó mucho mi atención; el momento en que, el añoso Lafayette ‒general teenager en la guerra de Independencia, empeñado más tarde en la Revolución francesa, encarcelado en Viena, varias veces herido en campañas‒, recorre triunfal la entonces distinta Unión Americana; ese país que describe como the only true social order based on the inalienable rights of man. El general visita Filadelfia, donde se encuentra con el expresidente Jefferson, allí ambos intercambian halagos lacónicos y profundos de mutuo, sencillo y memorioso reconocimiento.
―God Bless you General,
―Blessed are you president Jefferson!
Basta de importar a la nueva administración la arrogancia de otros regímenes que se resolvieron en ineptitud, bienvenido el no-sé, que se atiende con vías lubricadas de acceso al conocimiento, desterrada la corrupción, que ocupe los espacios la austeridad republicana, pero desestimemos la estridencia innecesaria que a falta de erario se adjudica actitudes y posiciones de poder sin fundamento. Una cultura corporativa no es enemiga de la sencillez y el gobierno debe perfilarse para ser en el país la mejor corporación de individuos. Es tiempo de corregir porque pronto llegará el tiempo de servir y la idea de base es hacerlo mejor, hacerlo bien.