Por Gastón Melo.
I think true love is never blind
But rather brings an added light
An inner vision quick to find
The beauties hid from common sight
-Anónimo.
A la memoria de Abraham A. Moles en el 25 aniversario de su fallecimiento.
Originan este artículo, algunas notas hechas hace poco más de 30 años, bajo la guía y colaboración de Abraham Moles, mi padre intelectual y amigo muy querido.
La sociología contemporánea ha desarrollado en los últimos 50 años, el concepto de “Estilo Cultural”, noción más o menos asociada a la idea de país, área geográfica o eventualmente a un grupo social.
Los nombres propios atribuidos a esos estilos culturales, derivan de la denominación misma de los grupos, pero rechazan en principio alguna definición formal o legal, i.e., Los mexicanos son las personas que tienen un pasaporte o un documento de identidad mexicano. Los franceses son lo que tienen una tarjeta de identidad francesa, o un pasaporte francés, etc. Para favorecer una definición propiamente cultural, construida a partir del análisis de un conjunto de rasgos morfológicos, psicológicos, de comportamiento, de acción, que se comparten.
Este tipo de análisis suele hacerse más importante y claro cuando lo pensamos y aplicamos en el marco de los intercambios entre naciones, desde las migraciones masivas, desde el turismo, a partir de los casamientos fuera de la comunidad y desde el declive relativo, del nacionalismo estrecho. Esto genera una terminología mejor aceptada, por ejemplo:
- La germanidad.
- La galicidad.
- La hispanidad.
- La latinidad.
- La helenidad.
- La niponeidad.
Cabe en este sentido preguntarse si ¿podemos hablar legítimamente de una mexicanidad?
Este tipo de concepto no está ligado a una nacionalidad legal. Pueden existir, individuos, sitios o comunidades que tengan un alto grado de francidad en Italia, de germanidad en Alsacia, o de mexicanidad en los Estados Unidos de Norteamérica. Recíprocamente puede haber en México, personas o familias que tengan un origen extranjero, pero que acaten profundamente el estilo de vida y los valores del país, sin tener, por razones varias, la nacionalidad mexicana. Éste es el caso de muchos retirados norteamericanos que no tienen una condición legal de inmigrantes pero que viven, consumen, se divierten y se curan en el país. Se trata más de un concepto estilístico que una idea que agrupa factores diversos, cada uno relativamente vago, siendo el conjunto, sin embargo, en sí mismo, preciso. Ésta es, lo señala Moles en diversas obras, una situación epistemológica frecuente en las ciencias humanas: Los elementos son imprecisos pero sus combinaciones son precisas.
El concepto que delineamos y aquí específicamente a propósito de la “Mexicanidad ”, tiene de hecho un papel importante e influyente en el comportamiento de las personas, porque los conecta a una entidad global de naturaleza no legal, que consecuentemente no impone ni restricción ni obligación alguna; es gratuita. Los filósofos solían decir que las cosas gratuitas son las más caras. El estilo cultural impone así, una relación dialéctica en donde cada individuo puede aceptar, o rechazar su germanidad, su yucatanidad, o mexicanidad, siempre con sentimientos fuertes, eventualmente con violencia, porque cada individuo percibe que es una parte propia de su ser.
Naturalmente el estilo cultural tiene una relación evidente con la acumulación y la transmisión de cultura. Esta transferencia cultural se efectúa de manera más o menos inconsciente (de padres a hijos) y tiene, consecuentemente relación con la amplitud de la historia del grupo, con la fuerza del lenguaje y también –asunto que ha quedado muy bien demostrado con las persecuciones‒, con la fuerza de los ataques hacia quienes jugaron, en el pasado de los grupos, el papel de opresores-colonizadores (tal vez sea esta una de las razones por las que en la historia de las ideas contemporáneas de México, no haya quedado aún esclarecida una psicología precisa de lo mexicano: Clavijero, Ramos, Fuentes, Vasconcelos, López Ramos, Monsiváis, Paz, Alemán Velasco, Taibo II y otros, habiéndolo intentado, no presentan sino fragmentos parciales del mosaico identitario.
No existe actualmente un análisis claro y lógico de la mecánica cultural y de la medida de este tipo de conceptos. Sin embargo, su importancia aparece evidente, tanto en los países que tienen una fuerte identidad nacional (por ejemplo, la germanidad en Alemania, la italianidad en Norteamérica, la judeidad en muchos lugares), como en aquellos que están en busca de su identidad, como es el caso de muchos países de América Latina (i.e., ¿qué ocurre exactamente con la argentinidad o la brasilianidad?), cuando estos son países relativamente recientes en la historia o cuando implican factores más generales (la latinidad) que son incorporados en el concepto pero distinguiéndose al mismo tiempo de él.
La identidad es, en particular, un problema de México. En general, la mexicanidad para una gran parte de los mexicanos, tiene visibles relaciones con la hispanidad, también con los peninsulares (gachupines), criollos o con los mestizos vinculados a comunidades étnicas que comen chile o maíz y saben algunas palabras de náhuatl, zapoteco, rarámuri o maya.
Insistamos, la mexicanidad no es la nacionalidad, es más amplia pero más vaga: ¿puede ser más fuerte? Es una pregunta importante porque se trata de un valor latente cuyo sentido no nos es tan explícito y que se sitúa y confronta con el concepto convencional de Nación.
Conocemos sin duda y reconocemos la idea y el valor dinámico –motriz‒ de la nacionalidad y su hipóstasis (verdad real). Pero la Nación es de hecho una noción relativamente reciente en las civilizaciones occidentales. En la Antigüedad, la permeabilidad de las fronteras junto con la relativa dificultad de viajar, dejaba a los individuos su nacionalidad, pero con un valor débil. En muchos países, especialmente en Europa Central, cada individuo tenía simultáneamente una ciudadanía (administrativa) y una pertenencia cultural (Lengua y modo de vida) y no se planteaban problemas éticos o sentimentales.
El ejemplo del antiguo imperio austro-húngaro es un caso notable que ejemplifica esta situación, lo encontramos en Italia, Croacia, Eslovenia, en Montenegro y hasta en México si pensamos en tiempos del Imperio de Maximiliano. El concepto de nación estaba disperso pero definido. Sin embargo, la Revolución francesa y sus teóricos, propusieron e impusieron en buena medida, una definición rígida de fronteras: “muros”, con todo un sistema de legislación, de impuestos, de lengua oficial, etc., lo convirtieron prácticamente en un concepto de uso en la vida cotidiana.
La nacionalidad como categoría política fundamental, tiene así, menos de tres siglos de antigüedad. Actualmente la nacionalidad se ha transformado en un referente operacional preciso; en cierre administrativo de fronteras, conjugado con la facilidad de transportación: es fácil viajar mecánicamente, transportarse, pero las barreras político administrativas constituyen un freno burocrático creciente que encierra prácticamente la idea de Nación como sistema legislativo de referencia.
En el último siglo, la idea de nacionalidad ha venido adquiriendo un sentido religioso, místico, por ejemplo, la exacerbación del odio, construida sobre la oposición de las nacionalidades de Francia y Alemania durante las guerras. Pensemos en la transformación de “nacionalidad” en “nacionalismo” del tercer Reich que se connotó como una palabra fuertemente negativa, más recientemente entre los Estados nacionales europeos y las comunidades migrantes, particularmente las de origen musulmán. Cataluña es un epifenómeno nacionalista que queda por glosar y que influirá sin duda en la anunciada balcanización del mundo. Actualmente en muchos países la palabra Nacionalismo suena mal y provoca una reacción de defensa, especialmente en las generaciones jóvenes, con sus be-moles en las fracciones neonazis en Austria, Alemania, Hungría, Holanda y Suecia y, aunque en menor grado, en Francia, Estados Unidos y España.
En este tiempo se escucha la oposición dura y ya un poco antigua, de un nacionalismo combativo, exclusivo, definido a través de criterios categóricos, maniqueístas y, por otro lado, de una palabra más abierta, más vaga, ligada a un concepto de comunidad, una nación cultural más que administrativa como puede ser eventualmente esta idea de “mexicanidad”. La observación puede transformarse en una pregunta: ¿puede remplazarse la idea de Nacionalismo por la idea de Mexicanidad?
México tiene evidentemente una identidad cultural. ¿Cuál es su fuerza? ¿Cuál es su valor para reunir individuos de categorías muy diversas, de niveles sociales muy diferentes, tanto al interior como al exterior del país?
Se requiere una definición más objetiva de la mexicanidad como conjunto de rasgos diversos y consecuentemente, en la línea estructuralista de Franz Boas, un “inventario” de ésta.
México ocupa el 14 lugar del mundo en superficie, el 11 en población, el lugar 14 en producción. Tiene como como todos los países, una reputación, una imagen de marca, una representación mental en el espíritu de “los otros” países, individuos, instituciones internacionales, compañías industriales, y corrientes culturales. El país tiene un espacio en los libros de historia universal, en los grandes buscadores del internet. México se manifiesta al exterior a través de los intercambios turísticos que complementan los relatos de viajeros, de todos los tiempos, Cousteau, Humboldt, Strand, Artaud, Breton, Catherwood, Stevenson, Eisenstein, Trotsky y cientos, miles más, discretos y no menos curiosos del país.
La psicología social de la cultura está acostumbrada a considerar la fuerza de las imágenes, la imagen de marca al exterior (estereotipo) y al interior (auto-estereotipo). Conocerlos es un primer estadio en la construcción de una estrategia ya sea para ponderar ciertos vectores y valores y eventualmente para modificarlos.
La imagen de marca es un concepto muy general que implica varios aspectos:
- La imagen mental (reputación).
- La narrativa de las acciones de México como una totalidad.
- La imagen real simbólica o fáctica, que aparece en los mass-media en las redes sociales y los sitios más recurridos del internet.
Un análisis solido de la mexicanidad implica la concretización, a través de métodos de investigación, de todas estas imágenes y la atención a sus aspectos comunes. Estos factores “latentes” son la expresión de la Mexicanidad.
Puede decirse más precisamente que la mexicanidad podría ser el soporte en la mente de los mexicanos, de su voluntad de pertenecer a México, y de reconocerse de esta manera. Naturalmente que este factor integrante está compuesto de otros factores parciales, que contribuyen a él, pero son diferentes: la hispanidad es por ejemplo uno de ellos, la referencia a una etnicidad particular, otro, la vinculación con una región, uno más. La comunidad lingüística con casi toda América del Sur, la oposición pertinente con la América del Norte (los gringos), la posición de ambigüedad frente a España, la reactividad (circunstancial) al testimonio de Europa como un tipo de juez neutral, la relación ambivalente con los países en pugna con Estados Unidos (Cuba, Venezuela, Corea del Norte), la presencia y el diálogo cada vez más significativo con China, son seguramente elementos psicosociales y socioeconómicos de la mexicanidad contemporánea.
México tiene fuerza para imponerse en lo que se llama la carrera por el desarrollo, su entrada en 1994 a la OCDE, la firma del TLCAN, su apertura económica con otras regiones, su planta industrial, sus recursos naturales, su fuerza cultural, aunque algunos de estos elementos no tienen mucho valor para esa mayoría de mexicanos que se encuentran en la base de la pirámide social, más preocupados por sobrevivir que por la situación del país en el concierto de las culturas. Una “Ingeniería de la Mexicanidad” pasa así también por el análisis y la consideración de factores que contribuyan a mitigar las desigualdades y a dar una imagen más homogénea e incluyente de país.