Por Gastón Melo.
El tesonero trabajo de Violet Moller (La ruta del conocimiento, Penguin Random House, 2019) sobre el curso de las ideas y de lo escrito en la Edad Antigua, entre los siglos V al X, nos provoca reflexiones sobre la condición del libro y de la educación en México, en este cierre del primer cuarto del siglo XXI.
Ya lo señalaba Justo Sierra Méndez, al hablar de la Educación Nacional y apuntar que la primera educación es la mental; pero ¿cuál es en México hoy la educación mental?, ésa que nos hace permanecer con un atraso significativo en nuestros procesos de comprensión del lenguaje escrito. ¿Cómo es posible? ¿Cuál la razón? Por la que Colombia y el Perú nos hayan rebasado en este indicador tan recurrido por la ineludible prueba Pisa, puesta en valor por la OCDE que arrebató la agenda educativa a la UNESCO desde que puso en valor ese índice.
¿Basta la fuerza moral del presidente, innegable, pero humanamente limitada, para convidar a un esfuerzo nacional por el posicionamiento del país en esta sustancia educativa? Nos parece que no, se requiere de un acuerdo racional, con metas de plazo, con observatorios que objetiven el camino y rindan cuenta del alcance de metas y de sus consecuencias en lo cotidiano del devenir.
Los nuevos funcionarios hablan del libro electrónico y sus bondades, de las plataformas digitales para la educación, de las nuevas herramientas de autoaprendizaje, de la accesibilidad de la banda Ku (Kurz-unten, banda de comunicación satelital) y de la nueva agenda digital, sin embargo, no nos hemos, como sociedad, ocupado de la orientación y del amueblamiento del cerebro de los educandos, de la formación del cerebro mexicano, de su sustancia definida por las metas que busca alcanzar y sus indispensables paraqués.
Hace unos días en la conferencia sobre educación, que organizamos en el Instituto de la Mexicanidad con la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del TEC de Monterrey, tuve oportunidad de comentar mi experiencia en la formación de tres hijos a quienes decidí ofrecer una educación mexicana fuera de México. Ellos, señalé, quizá se ríen un poco menos porque discriminan las bromas, racistas, sexistas y simples, hablan con menos estribillos y tienen más lenguaje, no porque quieran ser pedantes sino porque haberse formado en el extranjero, en Francia, les vacunó contra las modas y usos abusivos del idioma; son más sensibles a las condiciones de discriminación racial en el país y tienen al mismo tiempo un amor profundo por la cultura mexicana y sus cualidades intrínsecas, son diferentes porque amueblaron de manera distinta su cerebro, con menos concesiones y más método y más exigencias a lo estructurado, a la lógica, al conocimiento, a la competencia y a la competitividad. Debemos admitirlo, en México la educación es mala por poco referencial, por poco concatenada con la realidad, por poco sensible a las diferencias, por poco sistematizada.
La formación de las personas a la lectura es algo fundamental y lo ha sido por milenios. Leer es ir cerrando brechas y abriendo caminos, y para ello se necesita estar conscientes de la existencia de tales brechas, históricas, culturales, educativas, epistemológicas. Por eso el trabajo de Moller, sobre las formas de apropiarse del conocimiento en la antigüedad me son interesantes e ilustran con claridad la necesidad de conocimiento en todas las épocas.
En el año 529, el emperador Justiniano de Roma, decide romper eso que se llamó la cadena de oro del conocimiento y que ligaba la vieja escuela del período clásico griego del siglo IV a. C., con la Academia de Atenas que era, por una parte, centro de la filosofía neoplatónica y, por otra, también refugio del paganismo y las creencias como el maniqueísmo, el zoroastrismo y otras distintas al cada vez más hegemónico cristianismo.
Esa ruptura hizo huir a muchos filósofos que se llevaron manuscritos importantes hacia Oriente, fundamentalmente a Persia y específicamente a Bagdad. Era el tiempo de los frailes y las reglas como la de Benito que influyó tanto en esa época. En Siracusa se destruye el templo de Atenea del s. V a. C. para convertirlo en una catedral.
Algunos maestros como Casiodoro, sin embargo, quisieron mantener la educación clásica latina en el fragmentado Imperio romano, así, prevalece en su monasterio Vivarium, el trivium para desarrollar entre sus seguidores la elocuencia con sus tres pilares: la gramática, la retórica y la lógica, y el cuadrivium, para quienes trabajaban más en el lado de las ciencias como la aritmética, geometría, astronomía y música. Boecio, en ese tiempo, también se constituyó en un pilar del conocimiento habiendo emprendido la colosal tarea de traducir a los griegos.
Eran entonces, los traductores, funcionarios extraordinariamente bien pagados, Moller señala que llegaban a ganar alrededor de 21 mil euros actuales por mes. Copiaban a mano sobre pergaminos de tres metros que se doblaban y lastimaban constantemente y cuya duración con el mayor cuidado era exageradamente de 150 años. Muchos autores se perdieron en ese ejercicio siempre limitado. A pesar de ello hubo libros que llegaron a influir durante más de un milenio como Los Elementos de Euclides que continúan su influencia hasta entrado el siglo XX, o el Corpus de Galeno o el Al-Majisti (“Almagesto”) de Ptolomeo. Libros copiados varias veces con los problemas de pérdidas en algunos casos y de explicaciones en otros.
La vieja y poderosa Roma declinaba rápidamente, en Francia la conversión de Clovis por influencia de Clotilde logra también la unificación de Francia y la cristianización de esta parte central de Europa. Sin embargo el conocimiento, hasta entonces, seguía refugiándose en Oriente, Pérgamo y Éfeso, rivalizaban a Alejandría su poder, un poder que no sólo reunía libros sino investigadores, científicos, médicos, astrónomos y especialistas de diversos conocimientos. Posteriormente Bagdad y Córdoba constituyeron una línea más extensa de sabiduría y de complejidad también.
El conocimiento como lo había planteado Calímaco de Cirene, en el s. III a. C., cuyo trabajo se perdió en gran medida, alcanzó a transmitir a través de sus famosos pínakes o tablillas, una estructura que sigue bajo otras formas y nomenclaturas siendo extraordinariamente influyente: retórica, derecho, épica, tragedia, comedia, poesía, lírica, historia, medicina, matemáticas, ciencias naturales y miscelánea.
Interesante resulta el análisis de los distintos epistemes o formas de conocimiento, pensemos en las diferencias entre quienes pensaban necesariamente a través de los números, en realidad matemáticas de mercado, y quienes pensaban en abstracto en objetos geométricos. Está allí establecida una de las diferencias entre el pensamiento griego y el árabe, tema a penas sugerido en el trabajo de Moller.
Vengamos ahora a las formas de amueblar el cerebro de los mexicanos. Imaginemos al muy noble y muy flamenco Fray Pedro de Gante, Pieter Van der Moere, bello muchacho rubio de ojos claros, hablando el náhuatl en 1526, sólo 5 años después de materializada La Conquista, veámosle recorrer los mercados y despertando la curiosidad de los naturales de estas tierras. En el singular ensayo de Miguel Sabido sobre la primera Navidad celebrada en México, apreciamos en los versos de aquél nobilísimo hijo natural de Maximiliano I de Austria, curiosidad e inteligencia sin par al organizar sus invocaciones al nuevo panteón cristiano, con formas derivadas de la devoción en los cultos prehispánicos.
Gaspar: ¡Tlacaten! ¡Totecuyoen! ¡Tlazolchalchutlan!
¡Quetzalen! ¡Teoxihueten!¡Maquixlen!
Gaspar: Noble Señor, nuestro jade precioso,
Pluma de turquesa, Pulsera preciosa.
Así el texto que propone Fray Pedro de Gante, o que como dice Miguel Sabido, probablemente sólo auspicia, permite usos sensibles a los modos tradicionales para referir con fervor a la deidad superior que se imponía. Mi jade, mi pluma de turquesa, pulsera divina, son apelativos de la divinidad, y con sensibilidad empática podemos sentir el fervor de estas alocuciones.
El flamenco entendía entonces que tenía que emplear las formas de pensamiento autóctonas para aplicar su enseñanza. Esto parece totalmente alejado hoy de las fórmulas generalistas que siguen prevaleciendo en las aún rígidas estructuras educativas de los mexicanos.
Los Maestros mexicanos existieron y aprendieron rápido de las fórmulas y reflexiones traídas por aquellos sencillos españoles que llegaron en la primera camada de inmigrantes trasatlánticos a estas tierras. Tan rápido aprendieron los indios, que la escuela de Tlatelolco duró abierta sólo 50 años. No quisieron los españoles que la élite mexicana les superara en conocimientos.
Esa actitud sigue prevaleciendo y parece haberse enquistado. Por eso surgieron las escuelas religiosas, luego las escuelas asociadas a culturas específicas, suiza, alemana, francesa, inglesa, japonesa, norteamericana y pronto china.
En la Independencia, los insurgentes buscaron una relación con la España gaditana culta y nacionalista, y no con los gachupines alzados y pretenciosos que venían a estas tierras y ungiéndose y pretendiendo ser mejores que las generaciones de criollos aquí nacidos.
Después de la Independencia, Ignacio Ramírez “El Nigromante” marcó la educación nacional de un liberalismo masón y militante que mucho bien y mucho mal trajo a la enseñanza. Bien en el sentido de haber desde su Ministerio de Justicia y Enseñanza Pública –qué bonito, “justicia y enseñanza pública”, eso toca fibras–, promovida la inclusión y prohibido el culto que, sin embargo, en alguna de sus aristas había mantenido la intensión de formar desde sus capacidades desiguales sí (por mejores) a las élites locales.
En 1850, uno de los alumnos predilectos de Augusto Comte, Gabino Barreda, quien había peleado como voluntario en la Guerra de Intervención Estadounidense y posteriormente estudiado Medicina en París, se familiarizó con el pensamiento positivo de Augusto Comte, y trajo el positivismo a México enseñándolo e inspirando con él a la Escuela Nacional Preparatoria que fundara bajo el gobierno de Juárez. Lo hizo, sin embargo, para los pocos que tenían el privilegio de estudiar a esos altos niveles.
Justo Sierra después trabajó metodológicamente la instrucción en muchas instancias de la entonces Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Su huella marcó el tiempo en que se lograron mejoras sustantivas que debían, no obstante, pasar por prolongados y anquilosantes debates legislativos. Vasconcelos buscó “cultivar” a los mexicanos desde una visión helenística y judeocristiana que resultó a la postre muy pretenciosa, luego los mexicanistas, Ermilo Abreu Gómez y Martín Luis Guzmán, quisieron darle la vuelta a la osadía ateneísta y optaron por la miopía nacionalista. Vino luego –pese a las excepciones– la burocratización de la educación. Tratar a la educación como un sindicato de huevon@s que lo único que quieren es ganar dinero y descansar lo más posible, ha llevado a los enfrentamientos y las consecuencias en que nos bañamos hoy.
El demonio está en los detalles. Sí, abusos los hubo y los hay, pero desconocimiento también del papel del maestro como formador mayor, como padre, médico en ocasiones y consejero familiar. Desconocimiento del orgullo del proceso de enseñanza-aprendizaje como en la “Raúl Isidro Burgos”, mejor conocida hoy como Ayotzinapa, donde enseñaron, el maestro sindicalista y formador de unidades de enfrentamiento, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, ambos líderes campesinos también. Poco se ha hablado del orgullo luchador de esta escuela en que la calidad moral y académica de sus estudiantes sorprendería a muchos.
En los últimos años pasamos del tiempo de reformas de papel a la modelización de escritorio y, entre tiempo, a la reprobación en todos los indicadores. “Reprobados entre los reprobados”, ésa es nuestra nueva condición.
¿Qué queda? Mientras nos entretengamos en disputas de café, mientras sigamos echando culpas a diestra y siniestra, mientras no alcancemos a ver más allá de nuestras chatas narices, eso que se llama “país”, seguirá su deterioro y deslavando su imagen, ensalzando la perversión en que vive su folklore narcotizado.
¡Mexicanes!, o nos echamos pa’lante o dejamos la mexicanidad como un proyecto que pudo ser. Que estos días de reflexión forzada por el COVID-19, nos sirvan a todos, mujeres y hombres, para detonar nuevas actitudes y conductas. Que esta extrema condición, sin abrazos ni besitos, pretexte en todos nosotros un espacio para pensarnos desde la variopinta identidad que nos baña. Ponderar nuestro porvenir común, un imaginario quizá, si no es ya muy tarde, de país solidario, próspero, trabajador, bonito… Actuar en consecuencia y estar dispuesto a competir con menos ufanidad que vocación demostrativa y solidaria, es reconocerse en el trayecto de errores cometidos, de posiciones tomadas sin reflexión. No hay muchas oportunidades más para esta práctica irrenunciable.
Pensemos en las tareas de integración, ésas en que podemos invertirnos para superar nuestras diferencias, primero conciliemos una educación mental. Es obligación ser mejores que nuestro buen gobierno, mejores que el simplemente “bueno” de nuestro presidente, no es difícil, se trata simplemente de pensar y actuar en el espacio en que convivimos bajo las mismas normas y proyectarnos a uno mejor, más simple y más claro. No queremos que nos dividan más. Decidamos pues… y que nuestra decisión la pretexten algunos buenos libros para esta cuarentena.