Por Gastón Melo
Pleitos, broncas, mentadas, insultos, denostaciones por todas partes, más y más divisiones. A México ya no le duelen sólo sus diferencias sino las nuevas y muchas veces innecesarias querellas que se asocian a ellas.
La 4T nació con un afán enorme de transformación, quiso iniciar con la hegemonía de la imposición, dividió y creó nuevas otredades apuntándolas como el origen del mal, en vez de hacer caso a su propio lema de “Juntos haremos historia”. Uno, entre su rosario de grandes y dolorosos errores. La historia no se impone, se teje con tiempo, con el impulso a vectores y se decanta cuando se logran tejidos que constituyen urdimbre para un sentido y proyecto de nación. A veces, de vez en cuando, esos tejidos constituyen las capas históricas que ennoblecen a las naciones, dignifican y dan identidad, orgullo.
Escuchaba hace pocos días, con ingenua nostalgia el discurso del presidente Putin en el aniversario de la victoria sobre el nazismo. Señalaba la importancia espiritual de los símbolos que fraguan el alma rusa y hablaba de los retratos de los padres, los abuelos que lucharon a punto, en muchos casos, de entregar su vida. Agachamos la cabeza, decía Putin, ante la generación de los vencedores que tanto hicieron por la patria, ante cuya hazaña el tiempo palidece.
No hay en la memoria histórica ellos y nosotros, ¿o sí?, presidente López Obrador. ¿Se hablará de la 4T como el triunfo de los buenos, de los honrados, de los pobres, de los morenos, de las etnias? No lo creo, no lo siento por más que lo quisiera.
La 4T comete un error mayor que la condena a un ostracismo sectario, abusa de un lenguaje divisivo que le resta poder y que le costará mucho en las próximas elecciones. La 4T se hizo legítimamente, es cierto, del poder de casi todas las estructuras de gobierno en los tres poderes, pero adolece, reconozcámoslo, de método sistémico para ejercerlo y ante la diletancia, el miedo a equivocarse, a ser juzgado por el rasero de la justicia unipersonal y subjetivo de la figura presidencial, el poder de las instituciones y de las personas que las representan se cede a la figura que no se equivoca (¿?), que no sabe echar marcha atrás por más que se demuestren sus errores.
Esto hace tristemente que el poder se concentre en una figura única, la del presidente de la República. Un hombre que se mira en el espejo y se dice bueno, pero que no escucha, que no aprende, que no sabe, porque en el fondo es ¡oh sorpresa! (nur ein kleiner Mensch), sólo un hombrecito, con sus pequeñeces y sus momentos de grandeza humana, un hombrecito solo, que oye, pero no escucha porque teniendo disciplina, adolece de método, no aprende, no crece. Está solo con su enorme poder.
El poder unipersonal en que se baña el presidente mexicano debilita paradójicamente la fuerza de su movimiento de regeneración nacional, debilita la economía moral que no está teniendo la fuerza para promoverse, quedando en un mero artificio, por cierto poco original, del debilitado lenguaje de la 4T.
Las clases medias que votaron por MORENA, que votaron por AMLO con la ilusión de un tiempo de justicia y mayor equidad, los meseros que pagaban la primera escuela privada para sus hijos, los trabajadores, los burócratas incluso que pidieron un crédito hipotecario, las madres y padres solteros que veían en las guarderías un aliado para apoyar su entrega al trabajo, los chavos recién egresados, que se endeudaron con un coche, ¿qué están pensando hoy?, ¿qué van a hacer en unos meses cuando se vean obligados a sacar al hijo de la escuela, a renegociar su crédito, a regresar el coche o la moto, ahora, pronto, cuando se conviertan en mercado de campañas políticas de los nuevos partidos emergentes?
Se promueve hoy, a veces a grandes voces, otras con timidez y miedo, la idea de dejar de tomar en cuenta al gobierno, de hacer las cosas por la vía recta pero sin tomar en consideración el lenguaje divisorio de los líderes políticos. Estas últimas semanas hemos asistido al “ring” en que boxean las cúpulas empresariales que se envalentonan en soliloquios alambicados y aplaudidos gremialmente, pero que terminan desinflándose o produciendo largas listas de recomendaciones light y actuando con sensibilidad parcializada por los intereses inmediatos y pecuniarios.
Vimos a un bloque de gobernadores que emergió con fuerza y se desinfló cuando de algún modo se les leyó la cartilla (¿quién?), y se arrugaron cuando se les señaló estar a punto de romper el pacto federal. Pero vemos también acuerdos de sombra que benefician con contratos a unos cuantos empresarios y amigos del régimen, al más claro estilo de viejas formas de poder ejercido por otras ideologías de los partidos políticos hoy edulcorados.
Ni las envalentonadas de los machos de Jalisco o los broncos regiomontanos y norestenses, ni las cuentas de pizarrón de los diputados independientes en Nuevo León que presumen estar “jale y jale”, y ser los que más aportan a una federación que sólo –dicen– les quita. No, no hay en ellos una visión de país. Ninguno ofrece razón para la existencia de la nación, no le halla los para qué, a un país que les duele, México anda sobrando a algunos, pesando a otros y beneficiando a los menos. ¿A dónde va el discurso de nación posible, de país deseable que extrañamos algunos?
Me parece entrever en la situación actual, la oportunidad para un nuevo lenguaje, uno de integración nacional, de unidad, de existencia allende las querellas de plaza de gobernantes que todo lo dividen, y empresarios que de las tablas de multiplicar no quieren pasar y que reprueban en sociología.
Una mayor comprensión de la condición del país ejemplar, rico de su mixidad, de su historia, de su potencial, hoy parece olvidada. La reflexión en torno a la idea de un gran México está agazapada en las circunstancias miopes actuales.
El México que veremos resurgir, aunque debilitado en lo económico, se está fortaleciendo en lo sustantivo, en materia de actitudes, afanes e ideas y en lo espiritual también porque el encierro le ha dado fuerza. La necesaria, por lo menos, para enfrentar entornos de adversidad creciente. Las ideas se han beneficiado con el diálogo en casa, entre padres e hijos con abuelos, con quienes se convive en el barrio, con aquellos cuya sapiencia sencilla e insospechada, se hace hoy escuchar con atención.
Nuevas decisiones y algunas buenas ideas se han reproducido con la crisis, pero requieren ahora ventilarse en la calle, exponerse en el trabajo, en los cafés, con el diálogo compartido para poderse hacer también virales. Viral la conciencia, la crítica, la atención el trabajo dignificado.
Es tiempo de iniciativas, en plural, menos privadas que sociales, es tiempo de iniciativas en la empresa, en la casa, en la institución, en la persona humana. Pensar México como el espacio enorme de oportunidades para todos. Hablemos de movilidad social, hablemos de Monterrey en Yucatán, de Chihuahua en Chiapas, de Oaxaca en Tijuana, de México en todas las mesas. De educación con sentido, de compromiso educativo, de trabajo creativo, de iniciativas en el trabajo.
Tengamos ideas para hacerse de las tecnologías necesarias que contribuyan a mitigar la crisis que se viene. Innovemos en el uso y la inversión en las ciudades. Hablemos mejor, con un lenguaje que nos haga crecer y no sólo se divierta con lo circunstancial quejoso o ventajoso. Tengamos horizonte mayor, miremos lejos y actuemos en los aquí y ahora para alcanzar las metas que podamos comprometer cada uno, paso a paso, sin prisas, sin pausas, sepamos hacernos acompañar, compartamos el pan y las ideas, comprometamos actitudes, conductas y acciones. Es MÉXICO, que se nos llene la boca con su nombre.