Salud al movimiento migrante

Por Gastón Melo.

Mas allá del panem et circenses del proceso electoral 2021 –adosado de una escenografía estridente y repulsiva donde abundan malas coreografías de bailes absurdos, maromas, piruetas de pseudocadáveres gordos resucitados, frases de rima fácil y poco elocuentes, contradicciones y provocaciones–, un elemento que me parece que vale la pena ser analizado con mayor detenimiento es: las candidaturas migrantes.

Son ya varios los procesos electorales y los esfuerzos de partidos e instituciones que desde 2005 procuran levantar los ánimos de expresión ciudadana manifestados en la acción de votar de las personas migrantes. Y es que, si bien lo somos todos en algún sentido, se conviene en una categoría que, por su dislocamiento geográfico y vinculación con el territorio de origen, las personas son calificadas como tales.

Cuando Rodrigo Morales, desde el IFE se encargó, pionero de esta promoción de votantes en el extranjero, llegamos a menos de 15 mil sufragios en una elección federal. Hoy la promoción de esta categoría de representación pretende alcanzar a cientos de miles, si no es que hasta el millón de personas expresando su voluntad política.

El ejercicio refresca sin duda la escena circense que se vive dentro de las fronteras de la nación y es que los migrantes, generalmente norteamericanos, suelen tener una mejor formación política, han sido por lo menos observadores de procesos electorales en dos naciones y esto les permite comparar y derivar de su análisis una postura más racional y a la postre más ecuánime y ponderada.

Hace menos de dos años, pedí a mi hijo mayor, formado en las universidades norteamericanas y radicado en la Ciudad de Nueva York, se contacte con una organización que me pareció tener el tono lo suficientemente sostenido para acusar cierta seriedad e ímpetu legítimo para lograr representar a las diversas agrupaciones de migrantes en Estados Unidos.

Había conocido interpósita persona a don Jaime Lucero, un poblano emigrado que hizo fortuna en el negocio de la confección y cuya hierática actitud me pareció por lo menos seria y ponderada. Don Jaime es persona que a mi juicio podía congregar a esos grupos que, por dispersos, se hicieron sujeto de la ambición política de intereses localistas, y de gremios que hacían prevalecer sus propios intereses y contribuyeron al desprestigio de la lucha de los mexicanos en el exterior.

Invité a don Jaime a diversas reuniones para explorar coincidencias, una de ellas en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en Washington, con su entonces presidente Luis Alberto Moreno, a quien conocía desde su entrada a la institución y con quien tejí proyectos juveniles y un reconocimiento mutuo con brotes de amistad; otra con Marcos Achar, quien acababa de tomar, a través de un acuerdo con el gobierno, las riendas del portal turístico visitmexico.com. Con el primero exploramos la posibilidad de incluir a grupos de jóvenes migrantes en una experiencia de formación en instituciones multilaterales; con Achar, posibilidades para privilegiar con ciertos servicios a grupos de turistas migrantes.

Conocí también a Avelino Meza, el secretario general de Fuerza Migrante y a otros colaboradores del proyecto. Gastón, mi hijo, a quien frecuento por obvias razones en su mundo neoyorquino, me sorprende siempre por su capacidad de hacer amistades en los más diversos puntos del planeta, pero también por su carisma para vincularse con los trabajadores mexicanos de diversas industrias en el país en que vive. En cierta ocasión, cenando con él en un restaurante americano del bajo Manhattan, estaba haciendo la fila de espera para usar el baño cuando me aproximó un mesero:

—¿Eres el papá de Gastón?, ven, te llevo al baño de empleados para que no esperes.

Me sedujo esa solidaridad y pensando en ella y otras múltiples anécdotas de sus ya más de dos décadas de vida fuera del país, en Francia, Italia, Miami, Washington y Nueva York, decidí presentarlo con el grupo de Fuerza Migrante al que me había introducido en México, mi amigo Jaime Suárez. Nunca pensé que aquella moción culminaría con su decisión de presentarse a una candidatura a la diputación migrante con el nuevo partido Fuerza por México.

Entiendo su inquietud en la medida que para representar al país es importante entender su devenir observado en el contexto de otras realidades, comprender su especificidad, sus diferenciadores, los denominadores comunes de su identidad, imaginar, interpretar, construir y compartir un imaginario, pensar su ingeniería social, la inclusión, su infraestructura, sus vinculaciones estratégicas, concebir fórmulas para su ecualización/conciliación/remediación, despertar curiosidades recíprocas en y por su diversidad, concebir fratrías de etnicidad plural, asumir un comportamiento de búsqueda de identidad compartida, materializar en síntesis un nuevo contrato social. Su trabajo en la Johns Hopkins (SAIS) le había motivado a ello.

La distancia objetiva y la cercanía hace pertinentes las observaciones. Gastón ha vivido 20 años fuera del país sin jamás haber dejado de visitarlo, recorrerlo, apreciarlo y compartirlo con sus amigos, profesores, compañeros de clase, kurdos, israelitas, australianos, alemanes, panameños, canadienses, africanos, rusos, coreanos, chinos… Tiene una visión sensible a su cultura, sus bienes y sus males. Conoce de prácticas y gobernanza en distintos países, ha trabajado para las representaciones de México y organismos multilaterales en Tel Aviv, París, Washington y Nueva York, tiene algo de ese Weltanschauung que hace tanta falta al país.

Pero la suya no es condición única, detrás de cada migrante hay una historia de vida intensa y una forma de compasión con el país, CON, no POR. Los migrantes, muchos de ellos, han aprendido a observarse en la mirada de los demás, de las alteridades con que conviven.

Por eso, los candidatos migrantes son una voz que se escucha en ocasiones pero que debe escucharse siempre y que busca hacerse escuchar cada vez más. Todos quienes viajamos al exterior (y somos muchos) percibimos de manera evidente un comportamiento singular, distinto y distinguido en los connacionales con quienes interactuamos en nuestros desplazamientos.

En lo personal considero con respecto a esas decenas de millones que viven en Estados Unidos, Canadá o en Europa, que estos sienten que, al vivir en la diferencia, son naturales luchadores por la igualdad de oportunidades que emerge en ellos de forma espontánea y vibrantemente. Esto, a diferencia del país en donde la igualdad se da entre iguales y se mantienen las diferencias entre los diferentes. Lo étnico y lo económico se entretejen en un imbricado sistema de discriminaciones que constituyen hoy la nación mexicana.

La diáspora mexicana es una fuerza en reflexión forzada, un bien en construcción, una gobernanza posible y una idea de país mejor. Aire fresco en condición de pandemia divisionista donde más que culpables y ganadores, hay atrincherados y miopes.

En este contexto me parece encomiable el valor de la fuerza migrante, sus expresiones, su toma de posición y compromiso político. Que no caigan –esperemos– en el anquilosamiento del sistema y aporten visiones renovadas que permitan avanzar en la construcción y redención del país descosido en que vivimos hoy los mexicanos.

Salud al movimiento migrante.

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