Por Gastón Melo.
¡Qué grande e ignoto me es México aún! Pese a conocer sus 32 estados unidos (¿?), el país crece ante nuevas observaciones y recorridos por su vasto territorio, caprichoso, laberíntico a veces y sus múltiples culturas.
Los me-X-icanos, del país-ombligo-sensible y cruce-de-caminos, solemos precipitarnos durante los periodos vacacionales a los más diversos destinos. Mi obligada y voluntarista participación todos los días 17 en el Consejo de Ancianos del Kiwikgolo en Papantla, Veracruz, me orilló a escoger un destino norestense. De esta suerte emprendimos desde el 16, por la ruta de Tuxpan, el camino hacia el Totonacapan. Ganándole minutos al inquieto(…) llegamos mi esposa y yo para almorzar con queridos amigos papantecos al Naku (el corazón), restaurante exquisitamente anfitrionado por los orgullosos y meticulosos Lorenzo y Varinia, que curan esta oferta culinaria, sin par en la región, asumida su condición de promotores entregados y amigos, los mejores, de la cultura totonaca.
Nos rendimos a la ingesta de extraordinarios pulacles (tamales de frijol, cilantro, chilchote y otras especias de la zona), me seguí con una liebre al chiltepín, ¡que al pensarlo me produce salivaciones llenas de añoranza! Laura se inclinó por un guajolote en pipián que no probé por conservar las ganas y acompañamos esto de una dobladitas espolvoreadas para cerrar con un helado de xanath (vainilla de la buena) ¡qué para que les sigo platicando! Sólo el Naku vale la vuelta a Papantla, hoy a tres horas de la Ciudad de México.
El Consejo de Ancianos estuvo, en esta ocasión, menos concurrido que otras veces, pero no menos importantes fueron los temas tratados. Se expresaron quejas acerca de las convocatorias del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (IMPI), por supeditarse a las condiciones de la municipalidad no siempre atentas a los mejores intereses. La forma de gobernanza tradicional alcanza sus límites cuando se opera fuera de los intereses angulares de las administraciones vinculadas a los poderes centrales, estatal o federal (¿dónde lo he oído…?).
Continuamos al día siguiente nuestro viaje hacia la ciudad de Álamo, capital de la naranja, donde nuestro amigo Roberto Q., nos convidó a un almuerzo en su bellísimo rancho enclavado en un paraje idílico, a unos 7 kilómetros de la carretera Pánuco Tampico, entre Vara Alta, Tohaco y El Fortín.
Bosques sembrados de teca y caoba flanquean el acceso a un hermosísimo y fértil valle vitalizado por el río Pantepec. El tiempo parece estar en otra parte desde este lugar cristalizado en un clisé de belleza fuera de serie, criadero de cuartos de milla, jardines formales y cuidados de decisiones estéticas, canes de raza tranquilizados por su domeñado del espacio, polígonos de tiro al arco y balancines cómodos para mecer sueños, rincones de río donde nadan los felices equinos, árboles frutales, huertos, cultivos. Vida… Elementos de la naturaleza que se apoderan del sitio donde los vientos peinan sauces y otras especies arbóreas. Piscinas, ganado, cerros para mirar lejos, sol y mucho campo sembrado de semillas e historias, de ilusiones también.
Es tiempo de avanzar en nuestro viaje a lo ignoto y adentrarnos en el espacio de las huastecas. En el auto, las estaciones locales de Chicontepec, la primera, nos acompañan con narraciones en náhuatl; poesía, canciones, voces que saben de las hablas con que acarician el micrófono.
Llegamos después de mil y una curvas a esa capital de todas las huastecas que es Huejutla de los Reyes, en el estado de Hidalgo. Cayó, aún en ruta, la noche tibia en estas tierras donde fuimos múltiples veces advertidos de sus peligros asociados con el flagelante crimen organizado. Nuestra discreción, tal vez, nuestra suerte o la actitud temeraria nos blindaron en conjunto de los males.
En el hotel Fayad (…no, si les digo que en todas partes se cuecen intereses…), fuimos recibidos por Víctor P., con quien mantengo contacto desde mi último viaje a Huejutla hace ya dos años y quien tuvo el buen gusto de invitar a mis familiares oriundos de esta ciudad de mis abuelos Melo, para acompañarnos en la exquisita cena con que nos lisonjeó: bocoles de frijol con queso de aro, chile ancho, cilantro, tamales huastecos y agua de axocote, ¡qué les platico!… La maestra Salustia, autora de un libro de matemáticas en náhuatl, me recibió con voces de esa dulce lengua haciendo sentir la complacencia del recibimiento (para escucharlo dar clic en audio):
Con las primas Luisa Andrade (llevadora del segundo apellido de mi abuelo) y Rosa María Melo Andrade (de los mismos apellidos que nuestros abuelos, hermanos entre sí) encontramos, en nuestros físicos, los genes de la familia. Luisa es maestra de literatura y formadora de generaciones de profesionales, Rosa María una dama ilustre y conocedora de los orígenes familiares en estas tierras. Ambas me obsequiaron grandes experiencias con sus relatos vastos de la cultura huasteca y la historia de esta Tierra de Sauces, que eso quiere decir Huejutla.
El seminario adjunto a la catedral de Cristo Rey andaba todo afanado en la preparación de la fiesta grande de Resurrección y un voluntariado ágil estaba dedicado a la limpieza del recinto. Huejutla es un centro económico y social que concentra culturas, cultivos, telares y productos de la región. Después de la noche de recibimientos, no nos resistimos a la mañana siguiente al famoso tamal de tamales, el zacahuil, “tamalononón” que lo es de todas las huastecas y aunque se come generalmente en domingo, siendo estos días festivos de la semana santa, tuvimos oportunidad de beneficiarnos de un buen trozo.
En el mercado de Huejutla compramos hierbas para muchos remedios, de modo que nutridos y armados contra algunos de nuestros males y llenos de parabienes, tomamos la carretera a Xilitla, en la huasteca potosina.
Encontramos ya allí, tras una nueva dosis de mil curvas, un contingente mayor de turistas atraídos por la fama del biotopo, su diversidad y riqueza natural. Entre ellas, ese lugar tan libre, evocador y sugestivo, que su existencia da universalidad a la zona y que fue felizmente dispuesto por el pudiente poeta Edward James.
Mecenas de Buñuel, Dalí, Carrington y Magritte, entre otros artistas mayores, James se construyó este Jardín del Edén que en su momento debió serlo al mejor título. El museo de Leonora Carrington, bien dirigido y atendido a punto de detalle por Ema Viggiano, con quien conversamos un buen rato en torno otras exposiciones recientes de la artista inglesa, nos ofreció, en medio del calor bochornoso de Xilitla, una tarde deliciosa, de culta conversación, evocadora y pases para visitar el Edén sin hacer la larga cola.
Madrugamos para visitar el sótano de las huahuas, localizado en la comunidad de San Isidro Tampaxal, en el municipio de Aquismón a unos 20 kilómetros de Xilitla. Había visto, y siempre me provocaban calosfríos, las fotografías de este sorprendente hoyo de 500 metros de profundidad en esta valonada y fértil zona. Fuimos los primeros en llegar al sitio de aparcar y, a pesar de la cantidad de turistas en la región, nos encontramos solos para ser guiados por doña María, de origen tenek y perfectamente bilingüe, a través del lomerío de ascensos y descensos que dista un par de kilómetros de la oquedad preciosa.
El tenek es una lengua mayense hablada en la zona huasteca. Aquí una nota grabada de la conversación de doña María con una amiga, durante el recorrido hasta el agujero de unos 100 metros por 50 de diámetro (para escucharlo dar clic en el audio):
Esperamos pacientes el amanecer asomándonos a este abismo que Joyce describiría como “scrotumtightening”, en el camino de escaleras de piedra, sembrado de café, vainilla y palo de rosa, las chachalacas graznan y los gallos quiquiriquean al amanecer (para escucharlo dar clic en el audio):
Las paredes calcáreas iluminadas, de una gran luna, revelan cavernas impresionantes camino de su fondo casi imperceptible desde nuestro mirador de piedras voladas sobre el abismo. Poco a poco van apareciendo aves madrugadoras, papanes y verdes loros o huahuas, algún gavilán y las perezosas golondrinas o vencejos de pecho blanco que son por millares las últimas en salir del sitio para asumir sus labores vitales (para escucharlo cierre los ojos y piense en el precipicio y de clic en el audio):
El turista tradicional continuaría su recorrido por la zona hacia las cascadas de Tamul y otros parajes en San Luis. Nos perdimos, en esta ocasión, en la zona arqueológica de Tamtoc, donde fue recientemente descubierta la Venus Huasteca, que hoy se exhibe en el Museo Nacional de Antropología de la CDMX. Nosotros optamos por el camino hacia la Sierra Gorda, es decir, hacia Jalpan en Querétaro.
La carretera sube desde Xilitla hacia Pinal de Amoles y el mirador de Cuatro Palos que regala visuales de tal inmensidad, capricho y armonía a la vez, que el alma citadina y de corta vista está poco preparada a la emoción y se rinde a ella con pálpitos y suspiros.
El paisaje cambia radicalmente en una breve franja, de selva tropical a un desierto medio sembrado de esos inteligentísimos tanques de agua que son la enorme variedad de cactáceas, magueyes, ferocactus, huizaches y saguaros. Estamos en la Sierra Gorda.
Iniciamos el camino de las misiones, esos enclaves de evangelización que evidencian la complejidad de las culturas que hubo en esta zona rica de minerales, escurrimientos que crean oasis frescos y exquisitos, y culturas chichimecas diversas y aguerridas.
Nos desviamos unos 20 kilómetros para visitar la misión de Tancoyol, era viernes santo y cerca de las tres de la tarde, cielo azul intenso, el calor golpeaba y todo era silencio en el atrio, la capilla cerrada. En la puerta de la sacristía osé tocar un timbre y me abrió a poco una joven dama que sirvió de salvoconducto con el párroco para que, a estos católicos peregrinos, les fuera abierto el templo de Nuestra Señora de la Luz para meditar… y curiosear desde luego.
Las misiones son recinto de sincretismos extraordinarios y visitarlas en solitario permite entender y proyectarse en el tiempo de Fray Junípero Serra y otros misioneros hábiles en las lenguas locales, el náhuatl, el pame, el ñanú, el otomí y otras.
Tras la visita a las misiones de Tilaco y de la Inmaculada Concepción en Landa de Matamoros, llegamos a Jalpan para conocer el Museo de la Sierra Gorda, que cuenta de gestas étnicas, orígenes, evangelizaciones y temas de la revolución. El museo, austero y digno, tiene algunas piezas prehispánicas interesantes y facilita una comprensión general de la unidad de sentido que es la región. Mucho se ha dicho y crece la fama de este itinerario de las misiones y sus historias del barroco en el siglo XVIII, por lo que no abundamos aquí en la descripción de las fachadas y frescos interiores que, didácticos, desde luego, cuentan también de mestizajes. El diálogo entre naturaleza, procesos culturales, civilizatorios algunos y destructores otros, se evidencia con el acercamiento.
El turismo nacional abunda y en esta época pascual se privilegian las vistas a las riberas de los múltiples ríos: Las Adjuntas, Unión, Río Ayutla, Río Santa María, Arroyo Seco… Es preciosa la ribera de la misión de Concá, con sus puentecitos de piedra, sus árboles milenarios y sus nenúfares abundantes. Un sitio que habría que frecuentar en miércoles de una semana banal en otro momento del año para disfrutarlo plenamente.
Dejadas las misiones queretanas, sus mestizajes culturales y sus franciscanas catequizaciones, nos dirigimos de nuevo al estado de Hidalgo, esta vez en su parte occidental por la solitaria presa de Zimapán, que por estos calores la percibimos en una condición de estiaje.
Los paisajes de la ruta son semidesérticos, solitarios y muy hermosos. Por un sistema de profundos túneles llegamos a Zimapán, la otra frontera de la Sierra Gorda, para hospedarnos en un singular y extraño spa que había visitado hace algunos años y que fue atendido por un grupo de rumanas expertas en tratamientos y masajes. Descansamos y nos atendimos tarde, noche y mañana, después de nuestra megadósis de curvas. Comimos requetebien y descubrimos el delicioso sabor del chile rayado que disfrutamos con longaniza y cecina de la región.
Domingo por la tarde nos lanzamos a Ixmiquilpan para conocer los murales de la Iglesia de San Miguel Arcángel que nos había recomendado nuestro amigo Serge Gruzinski, uno de los más grandes especialistas del siglo XVI. Ixmiquilpan es una capital otomí con una cultura inmensa que se refleja en las canterías bien trabajadas, los telares y la cocina variada, riquísima y privilegiadamente orientada a la entomología, consumiéndose gran variedad de sabroisísimos insectos, huevos de hormiga, grillos y gusanos. Ixmiquilpan es una lección de historia colonial, sus templos son mucho más antiguos que los del barroco de las misiones queretanas precediéndolas por 200 años. Los frescos en la parte interior del templo de San Miguel Arcángel son sencillamente sorprendentes.
Encalados durante más de 300 años, fue en 1959 cuando reaparecen en toda su reveladora estridencia, después que el arquitecto Fernández de Castro de servicio social en esta zona, a mediados de los 50, descubriera accidentalmente la existencia de esta maravilla absurdamente hecha desaparecer por algún cura obtuso hace 400 años.
Aparecen allí, gracias a los rescates de expertos, gestas guerreras prehispánicas donde los otomíes águila y jaguar dominan a los chichimecas, pero también españoles dominando a los otomíes. Sorprende la presencia de una iconografía probablemente influenciada por orientales venidos en las primeras naos; dragones lanzando fuego e imaginarias prehispánicas conviven en este templo de San Miguel Arcángel, sugiriendo la primera circunnavegación y dando sentido a una clara e incipiente globalización. Gruzinski presentó, entre las primeras exposiciones del Museo del Quai Branly, la extraordinaria exposición “To mix or not to mix”, que pone en evidencia el valor de estas improbabilidades.
Ixmiquilpan mueve a otras visitas y a mejores comprensiones de esta complejidad mayor que representa el efervescente siglo XVI. En el monasterio de Cuauhtinchan, en Puebla, Tezcatlipoca y Huitzilopochtli quedan sugeridos, observa Gruzinsky, en el águila y el tigre o jaguar que flanquean la escena de la anunciación; en Epazoyucan las escenas de la cruz son, se dice, magníficas; en Actopan las virtudes del arte plumario se evidencian. Vuelvo así, después de este viaje que no cesa de crecer, a un México que se engrandece y que provoca a nuevas incursiones. Ésa es la grandeza creciente del país que desconocemos.