Por Gastón Melo
Una animada conversación con mi amiga V. hace unos días, nos llevó a discutir el papel de las redes sociales. Y es que en esta centena y, casi triple cuarentena, una de las cosas que hemos aprendido es a refugiarnos en ellas para paliar si no la soledad, sí el aislamiento y ofrecernos una idea de socialización que al análisis revela algo de lo que somos.
Acudo por una parte a la filosofía para convidar a los lectores una reflexión sobre las implicaciones de nuestra reclusión. Peter Sloterdijk, autor de Sphären en su sexto capítulo del primer volumen “Tristeza de las esferas (De la pérdida del nobjeto y de la dificultad de decir lo que falta)”, viene al auxilio de nuestra disertación para señalar lo que en este encierro hace falta y no sabemos nombrar.
Mi amiga V. llama echo chambers, a la manera alambicada de ejercer la comunicación y que es perfectamente observable en condiciones de aislamiento circunstancial como la que ofrece este periodo pandémico. Wikipedia describe a las echo chambers como “la metáfora de una situación en que la información, ideas o creencias son amplificadas por transmisión y repetición en un sistema cerrado donde las visiones diferentes o competidoras son censuradas o están prohibidas o minoritariamente representadas”.
En otras palabras, en las echo chambers la comunicación se repite en infinitas variaciones que tienden a lo mismo. La conversación se hace una especie de jardín francés, ordenado, uno solo es quien manda, lidera, si quiere mitigar y quien ofrece la perspectiva oficial mientras los demás como arbustos bien cortados hacen coro.
Recuerdo una exposición en el Grand Palais, de París, hace 15 años, Melancolía, donde el curador Jean Clair, explora esos espacios negros (mélas) que hacen reflexionar, físicamente recogerse para dar cabida a la expresión de demonios interiores, esas zonas oscuras, pensamientos saturninos, la muerte de Dios, que caracterizan la melancolía y aparecen con frecuencia en los rincones del encierro y que se expresan de muy variadas formas.
El cotidiano diluye la agenda y retoma los referentes de una realidad pragmática; por una parte, lo ineludible de la mañanera y por la otra el canon, el tono de la conversa en el grupo de referencia que obsesivo consulto, a riesgo de exclusión.
Algunos en la “fratría” arguyen los datos fuertes de las instituciones (las que quedan), otros en cambio, formados en las escuelas igualmente alambicadas de México y del mundo, traen artículos de los más prestigiados diarios en los que parecen conocer a los mejores periodistas.
Todos aparentan estar atentos a las falsas noticias, pero muchos comparten alguna, a través de un chistesín, un meme, que siendo falso a sabiendas, se encuentra bien intencionado para acentuar tono de la conversación.
Es en el grupo, en estas cámaras de eco, donde nos encontramos todos casi siempre durante esta pluricuarentena. Hace unas semanas que quise entrar por razones personales a un conversatorio con ciudadanos de la villa de Izamal en el estado de Yucatán, me solicitaron para ingresar que escribiera la frase “chingue a su madre el PRI y sus putas mamadas”. Decidí no hacerlo, pero le pedí pusilánimemente a una colaboradora tuviese la bondad de copiarla para ser admitida.
El grupo al que interpósita accedí no tiene propiamente una conversación, sino que aprovechan para seguir la corriente de noticias más públicas y para comentar los asuntos más inocuos y privados.
Las redes sociales suelen enredar las conversaciones a punto de anonimato, los “no me acuerdo donde lo leí, pero…” abundan en la red. Las redes además de enredar los hilos, también los peinan y muchas veces en el mismo sentido, con el mismo cepillo y con la misma mano. Muy ordenadas aparecen así con una urdimbre de distanciamiento, porque también en las redes hay sana distancia. El accidente de encontrarse con alguien inesperado es cada vez más raro, aunque la oferta crezca, los sitios para encuentros amorosos tradicionales y libertinos han logrado el nivel de un cartesiano décrivant par le menu, que parece satisfacer casi todos los caprichos. Las redes se extienden ahora a otras formas de la convivencia, grupos de interés, militancias, partidos, causas a las que se nos convoca en función de la estructura de la trama de nuestras urdimbres sociales, movimientos para firmas y marchas que adolecen de una consuetudinaria falta de remitente pero que provienen de nuestros grupos cercanos; ésa es nuestra nueva normalidad, una más normal, más cercana, y no por tanto menos anónima.
Las redes y la idea de país
El país, lo vemos todos los días, tiende a dividirse y las redes son su campo de batalla. En la conversación más recurrente de estos días se señala la sub-representación en las instituciones de ciertos grupos y etnias que estructuran la complejidad del país, pero la manera de apuntarlo es tan agresiva y acusa una falta de respeto a la vida republicana que aunque se quiera y entienda el sentido de la Cuarta Transformación, el asunto se enturbia mucho con medidas del estilo CONAPRED y la renuncia solicitada a Mónica Maccise, tema que ha dejado correr mucha tinta.
Un país que se quiere y busca a sí mismo, debe hacerlo con todos sus elementos porque de otra forma la construcción es endeble. Pero cuando además de las redes, las clases y las desigualdades nos divide el discurso que emerge de la voz que representa al Estado, la idea de nación se fragiliza.
La idea de México hoy camina en el continuum que inaugura el jesuita Clavijero, que en su expulsión de México pudo observar desde la lejana Italia al país en que nació. Su Historia Antigua de México es la primera en entender la evidencia del espacio nacional, diverso, rico y apunta las voces que se fusionan en un afán de país que no es la nación azteca ni la maya, ni ninguna otra de entre las identidades prehispánicas, y tampoco porque el diferencial es enorme, una Nueva España.
El relato de México se contiene en una narrativa que, en ocasiones, abunda en el mundo prehispánico y, en otras, en la globalización y el contacto humano universal. Luces y sombras en cada etapa, desde el siglo XVI en que se da una imposición hegemónica hasta el XXI, el recorrido es claro retrospectivamente y cada vez más difícil de auscultar prospectivamente. La independencia corta un cordón umbilical, la reforma ilustrada dio algunos pasos eficaces en educación y política profiláctica, vinieron luego las dictaduras que acentuaron divisiones, la revolución que se quedó corta, el priismo que estabilizó y abusó, la transición fallida, la vuelta del PRI y su abundante cadena de corrupción y hoy la cuarta, incomprensible aún y limitada transformación, mañana…
Construir una nación en la diversidad no ha sido una ingeniería de manual como la europea donde los valores cristianos supieron reemplazar a la dominación romana, gracias, entre otras cosas, a una diversidad étnica mucho más mitigada. En América las luchas de la negritud han mostrado un camino del que la alta etnicidad de buena parte del continente puede aún aprender. Desde su inauguración hace unos cuatro años, el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana en el Mall de Washington despertó, en muchos, una conciencia histórica más localizada en el tiempo, más clara en sus motivos, más material. La museografía y la animación acompaña con enorme inteligencia y sensibilidad el desarrollo de gestas de las que aún vemos batallas (Floyd) que se incorporarán, si no es que ya están en ese recinto extraordinario que, comparado con la pobreza del Museo del Indio Americano, produce una especie de frustración por procuración. En el mismo espacio, este museo tiene una museografía estulta y hueca y su animación es insultante tanto para los representados como para los visitantes.
Antes que concluya el primer cuarto de siglo, México decidirá si se termina de construir o se desmiembra. Hoy para lograr lo primero, confunde ver este afán de división que, pese a la declaración del senador Montreal, en el sentido de que las paces entre AMLO y la iniciativa privada se darán después de las elecciones, todo apunta en este tiempo a rompimiento, y paradójicamente son los grandes buscadores que contienen todas las conversaciones de las redes, los que saben mejor de estas divisiones, de sus porcentajes y de sus fracturas.
Veo a pesar de esto, la oportunidad de intervenir en la coyuntura con una conciliada fuerte e irrenunciablemente inteligente visión del país. Hace falta un imaginario positivo y voluntarista, comprometido con la ontología de un país necesario y honesto que muestre metas y métodos para cumplirlas, que entienda los contextos, que sea más incluyente y que construya el relato común que tanto se requiere.
Esto que no es por ahora un atributo del presidente de la República, menos lo es de la desmoronada MORENA. Inaugura este tiempo una oportunidad para nuevos liderazgos y nuevas posiciones, menos partidos, más personas y mayores ideas. Tiempo de iniciativas individuales (privadas) que deben sustraer de sus consideraciones primarias aquella máxima fascista de Mussolini, citado con gracia por un amigo italiano F.A.: “intelectual tira pá pendejo…”.
Y es que cuando algunos, desde los grandes poderes políticos o económicos –no los académicos, seamos justos en ello–, quisieron vestir sus mesas, con la presencia de personajes educados en dandismo y la buena glosa, terminaron cooptándolos y convirtiéndolos en tristes intelectuales orgánicos justificadores de discursos y a veces hasta hacedores de ellos.
Letras Libres hizo hace poco una elocuente defensa de esos intelectuales, pero limitada, sin embargo, porque queda claro que el resultado del trabajo de ese gremio no alcanzó a permear en las estructuras y dinámica del Estado. Hoy se siguen requiriendo intelectuales, profesionales del pensamiento general y específico que a la luz de sus destrezas sepan hacer mejor ingeniería social y menos ideología, ver lejos para trascender la comodidad de la conversación de alambique y para convertir su trabajo en acción positiva. La nación requiere de seguridad para subsistir, rumbo para desenvolverse y de un relato compartido para animarse y también en las redes.