Por Gastón Melo.
Cada vez son más las personas que consideran que a 18 meses de la toma de posesión de la 4T sigue sin percibirse un país con rumbo, con imaginario integrador y sentido local, regional y global. Se reconoce sí, una actitud iconoclasta sin por tanto haber generado un constructivismo alterno que dé lugar a una visión de país que convide una imagen de dirección y de destino. Dicho en otras palabras, México anda sin rumbo.
Los empresarios lo han hecho mal, no han logrado constituirse en una representación plural e incluyente y se decanta en ese gremio una actitud de dominio del más fuerte. Se logró conciliar un documento con recomendaciones, muchas, tantas que nació blindado y débil, donde es difícil reconocer un paradigma transformador, de inteligencia para una mejor sociedad, economía y país. Retirados a medias, más reflexivos sin duda gracias a la pandemia, siguen operando de manera virtual y repitiéndose en alambiques donde se fermentan las ideas y donde no hay diálogo que motive y trascienda. La perinola en juego sigue cayendo siempre en el canto del todos ponen y eso no gusta.
Los intelectuales buscan refugiarse en guetos de poder, de medios de comunicación algunos conniventes y mesurados en sus opiniones para, de esa forma, mantenerse en la posición privilegiada de interlocutores y promotores de una plausibilidad artificial cuando no a-modo. Algunos periodistas hacen circular en las redes lo que no pueden expresar en sus medios. Otros, tiran escopetazos, recogiendo actitudes más que datos para hacerse sentir militantes de la turba enojada o del clan molesto y sostenerse como representantes de una línea de opinión. Otros, se dejan seducir por mandatos oscuros, sectarios, criminales, extranjeros o partidistas que orientan pensamientos unidireccionales, obtusos.
Se multiplican los webinars, los conversatorios entre iguales donde se pierde la opinión, la apertura, la toma de riesgo y la expresión libre de las ideas. Vamos cada vez más hacia una percepción desde esferas de sentido como las que propone el filósofo Peter Sloterdijk, cada cual extrañando su placenta referencial y volviendo a ella. Ya lo decía Abraham Moles, contradiciendo a Marshall McLuhan, la aldea global es un gran mito. Hay ciertamente esferas que semejan globos –incluso en medio de la pandemia no hacemos sino mirarnos el ombligo–: mejor que él, peor que el otro, sólo vemos lo que invade nuestros entornos cerrados a través de las redes sociales, los mensajes teledirigidos desde un marketing cada vez más inteligente, más cercano e intrusivo. No hay aldea global, hay aldeas en la globalidad que filtran todo a través de su propia cotidianidad, el referente, la inmediatez que se impone. Cada sociedad gusta de su propia miopía, de su propia esfera de sentido, de su zona de confort.
¿Los partidos políticos? Hoy no existe ninguno que sepa expresar con claridad una visión del país de sus deseos. Su actitud es totalmente clientelista e ideologizada y como decía Louis Althusser, la ideología es el cemento de nuestra sociedad.
Algunos soñadores alternativos encerrados en sus burbujas también mediadas o enredadas abogan por un mundo nuevo, por una nueva normalidad, por un cambio sustantivo en los valores. Se trata de quienes piensan que éste ha sido un tiempo para la reflexión interior cuyo resultado mostraría el yerro humano y sus conductas depravadas. Esa conciencia está, sin embargo, lejos de ocurrir, vemos reaparecer a der kline Mensch (el hombrecito), quien tras la crisis reactiva de su imaginario de necesidades acordadas a la profundidad de su bolsillo y al vacío de su conciencia.
En uno de esos memes que parodian la situación actual leí hace unos días una extrapolación súper pertinente del cuento de Augusto Monterroso, “y cuando despertamos la crisis estaba aún allí…”, la crisis de una humanidad en lucha por sus propias definiciones, no la sanitaria que, aunque vuelva en breve, habrá circunstancialmente terminado.
México tiene todos los elementos de un mecano complejo –ese juego que nos fascinó a quienes nacimos en los albores de la segunda mitad del siglo pasado y que subía hasta el nivel 10 de complejidad de los elementos en juego, permitiendo fabricar desde una palanca simple hasta un puente levadizo eléctrico–. México es un territorio relativamente nuevo, de migraciones, de hegemonías prehispánicas, coloniales, independentistas, revolucionarias, priistas neoliberales y cuatri-transformadas. Es un espacio de mezclas étnicas, de convivencia de culturas de modernidades y retrasos, de pensamiento mágico y racionalismos fifí (¿?), es también un biotopo de ecosistemas diversos. Se trata en fin de un buen y subutilizado laboratorio del planeta.
La mexicanidad es una fuerza dinámica y en construcción, detenida a veces y precipitada en otras ocasiones. México no está en su mejor momento de imagen en el mundo, la imagen del país –ya lo hemos dicho– no es tanto buena o mala, es chica. Muchos países tienen situaciones más difíciles, pero mejor imagen. La competencia intra-nacional e internacional ha hecho que el país se divida en regionalismos cuya identidad lucha con la nacional.
Se es hoy preferiblemente yucateco, regio, jalisciense, etc., que mexicano, ¿por qué?, ¿qué ofrece la nacionalidad que no se encuentre en el regionalismo? Además de un pasaporte, una imagen de país deteriorada y empequeñecida a base de malas prácticas de gobierno, administrativas y referentes delincuenciales que comunican un estado de barbarie.
Ante el microscopio social, los mexicanos aparecen como los principales promotores de su propia denostación y no parecen encontrar las motivaciones para proyectar un paradigma construccionista y positivo.
Esta crisis, la que precede y sucederá al Covid-19, es también una oportunidad para el ejercicio y la expresión de nuevos actores que, al horizonte natural y pragmático de las próximas elecciones, pueda plantearse un imaginario distinto, mejor, sustantivo y que convide a su materialización. Una versión βeta de México que llegue a ser αlfa, puede tener lugar en el ánimo de quienes reconozcan riqueza en las corrientes integrales de la identidad nacional y sepan aprovechar el flujo de energía positiva necesaria que derive de su análisis, para aplicarse a la reconstitución pragmática de la sustancia económica, cultural, social, política y de la imagen-país. El reloj no se detiene.