AMLO: El decálogo

Por Gastón Melo.

«Somos malos y vivimos entre nuestros
semejantes…»
Séneca.

Una vida en la política es la premisa mayor de una política de vida. El señor presidente electo, don Andrés Manuel López Obrador, no es un político ajeno a las formas y lo está demostrando. Si bien ha sido en muchos aspectos un iconoclasta (especialmente en materia de comunicación) en su nuevo rol, ése por el que tantos años luchó, está siendo particularmente respetuoso de las formas.

Dicen algunos allegados con quienes tengo la oportunidad de dialogar con relativa frecuencia, que el antiguo Andrés aprendió ya a dar frío con la mirada cuando antes solía sólo dar calor. Ahora gusta en ser interpelado en el usted más que el tuteo, que le caracterizó en su añosa campaña. Quizá aprendió de Fox que ese tuteo termina siendo ninguneo cuando se trata de un ejercicio de poder real.

En mi terrena filosofía de vida suelo señalar la triple paternidad que me inspira: la de mi padre biológico que me enseñó de reciedumbre, de rendición de cuentas y de formalidad, mi padre intelectual que me enseñó a pensar, y mi padre profesional de quien aprendí a tratar con el poder; quiero entender al presidente electo desde esta última óptica y a esta reflexión les convido.

Temprano percibí en el incumbente mayor, una singular capacidad de resiliencia para no someterse a la presión voraz de los tiempos mediáticos, esos del micrófono agresivo puesto en la boca del interpelado como si se lo amenazara con un revolver al más claro estilo western, tiempos generalmente del sound-bite, del rapidito-porque-no-hay-tiempo… “No, no, no, no señor, aquí es distinto, es despajhito, clarito, tranquilo-no-más (como se dice en chileno…), vamos pensando, mira, acompáñame en el razonamiento, siente, quiero hablar desde ti, porque tu piensas así, ¿no es cierto?”. Lo hemos visto muchas, cientos de veces expresándose de esta forma, reflexionando, cogitando, cuando todo en torno suyo parece ir de prisa.

El tono cambia, cierto, las cosas de Palacio ahora van más despacio, y él probablemente en confianza es más ritmado, no más rápido, pero sí menos voluntaristamente lento, ya no compite por la nota ahora le es dada y lo sabe. El presidente electo, sin embargo, es un hombre de contacto y la ciudadanía le exige ese contacto, por tanto, su tiempo operativo, funcional y sistémico es limitado, muy limitado.

Como diría el clásico jalisciense “nuncamente antes” habíamos visto un relevo gubernamental tan orquestado. Hoy la agenda pública se ha multiplicado, los funcionarios actuales calladitos y esenciales están operando su salida, preparando sus álveos libros y limpiando cuentas. Los nuevos, en cambio, se muestran sinceramente sonrientes, algo ingenuos los más protagónicos, imprudentemente unos cuantos y activos todos.

El presidente electo maneja su tiempo, tiene pocas horas, aunque trabaje muchas, para atender la agenda de mando, poco espacio para transmitir instrucciones y menos tiempo para escuchar retóricas. Quien le presenta debe hacerlo concreto, puntual, sin glosas innecesarias. En algunos casos la confianza otorgada a algunos de sus allegados llega al punto de dejar ser y dejar actuar, ver poco a su equipo más cercano, y tenerles mucha confianza.

Plurisémico, complejo, AMLO sorprende y enoja a algunos de sus colaboradores, como Tatiana Clouthier quien parece haber vuelto a su casa, más por el nombramiento de Bartlett que por su voluntad de hacer hogar. ¿Principios? ¿Incomprensión de objetivos más altos que el castigar por errores menos sistémicos que de circunstancia? ¿Falta de diálogo como en el caso reclamado del minero Gómez? En otros aspectos el problema es de interpretación de múltiples variedades de presidente electo, espacios en donde el amlove prevalece para cegar reflexión y el conocimiento. Muchos funcionarios nombrados interpretan a su antojo la morena doctrina que si bien es correcto se arme de visiones compartidas, de diálogos y complementariedades, resulta fundamental también que las grandes líneas prevalezcan.

Cuento con un documento explicativo de las principales prioridades del gobierno entrante, desde las refinerías, los trenes, los corredores de cabotaje, los ninis y los viejitos (como me ves te verás) hasta los compromisos en minería, los caminos rurales y la cobertura de internet; pero no me son suficientes para derivar de allí los elementos de liturgia, por eso escribí en una interpretación OBC (Ojo de Buen Cubero), los diez mandamientos, el decálogo de la amlicidad.

  1. Los pobres primero.
  2. Igualdad de posiciones para la igualdad de oportunidades.
  3. Combatir la desigualdad para combatir la pobreza (alfabetización digital, cobertura, empleo, profesionalización).
  4. Evitación activa del supremacismo y las oligarquías (peninsulares, criollas, burocráticas, partidistas, industriales, religiosas).
  5. Privilegiar el mestizaje y la estética nacional.
  6. Enfoque de género en todas las actividades publicas y privadas.
  7. Vigencia plena del Estado de derecho.
  8. Tolerancia cero a la corrupción.
  9. Espiritualidad de la cuarta transformación, nuevo relato de la historia y construcción de una nueva reputación para un país “con caso”. Nuevo panteón y nuevos liderazgos.
  10. Imaginación/Construcción de una mexicanidad ejemplar.

A esto llamamos en una nota anterior “Fuego Nuevo”, la necesidad de llevar a la escala individual, familiar, gremial, étnica y geopolítica estas consideraciones y aplicarlas para que el cambio intuido se convierta en una realidad que provea de identidad y ofrezca una visión mas nítida de país al mundo y una mejor interpretación, más serena, del mundo a partir de nuestros intereses.

Si los nuevos funcionarios tuvieran clara esa columna vertebral, si el presidente electo se diese el tiempo de reflexionarla y proveerla, mucho se ganaría en tiempo, en recursos, en esfuerzos y en provisión de una cultura nacional proyectiva. El verdadero poder es el de poder-poder (lograr).

Augusto Comte hacia 1850 escribió sus “Opúsculos de filosofía social” en el cual anunciaba la lista de trabajos científicos necesarios al desarrollo de la sociedad. Hace falta aquí esa lista, una que contenga un mayor grado de abstracción para que la interpretación esté enmarcada en una filosofía de la acción, porque ya con Abraham Moles lo hemos dicho, nada hay más práctico que una buena teoría.

México, para ser ejemplar, debe erigir sus propios paradigmas, de salud, educativos, industriales, de integración y construcción de identidad. Hacer la tarea dictada por los organismos internacionales debe ser asunto menor comparada con el cumplimiento de los retos impuestos por la nación para sus ciudadanos. Cumpliendo estos últimos, las primeras avanzarán más rápido.

Es la nueva, la inusual, la improbable camada de nuevos funcionarios públicos, de legisladores, de industriales también y de estudiantes, de mujeres, etnias, gremios y representaciones, la que debe construir desde la especificidad de sus responsabilidades y sin perder el interés superior del decálogo de la cuarta transformación, sus propios retos, su visión ejemplar, su paradigma. Sólo así podrá estructurarse la nación posible y mejor a cuya reflexión movió el cambio.

Se trata en efecto de una cuestión ontológica, el “Ser mexicano”, ése que viene construyéndose desde Las Casas, desde Sahagún, Clavijero y a cuya reflexión han contribuido tantos en todos los siglos desde la Conquista y desde la expresión de una territorialidad sustantiva y con sentido. El México que resultó de engrandecimientos coloniales impuestos sobre culturas ancestrales y también aquél que se aminoró por querellas intereses y abyecciones, puede darse nacimiento.

¿Es México el del gran Pakal que, aunque gobernó más de 80 años lo hizo sólo en el sureste por allá en el séptimo siglo? ¿Es el de Moctezuma, cuyo linaje no llegó a los doscientos años y cuyo poder se extendió únicamente por el altiplano hasta el Valle de Oaxaca, y al norte hasta San Luis? ¿El de Cortés que quiso el virreinato? ¿Fue verdaderamente México el de Santa Anna, antes de los juaristas McLane-Ocampo?

México en su conformación e identidad es, aunque indispensable, quizá menos nítido con Hidalgo, Allende, Aldama, Mina, Josefa Ortiz, Leona Vicario y Quintana Roo, buenos para defender los intereses criollos (Morelos es caso aparte) y particularmente el de Álvarez y Juárez en la Reforma, cuando idos los americanos en el 48, legan un país complejo y aunque intervenido y azuzado por los intereses de Washington primero y de París después, es por lo menos más consciente de su integración étnica. México se comprende dinámicamente en sus 500 años de devenir colonial, independiente, intervenido, reformado, revolucionado, institucionalizado, globalizado, corrompido y…

Reconozco en el México bicentenario a su panteón de héroes y heroínas, su ilustración feroz y débil en número, sus lógicas contradicciones y su afán reflexivo acentuado por los contextos de la oligarquía modernizante e industrial de Díaz, de la revolución desorganizada y personalista, de los abusos de la partidocracia, de la transición fallida y la transa institucional, de la aún por verse revolución de la esperanza y su cuarta transformación.

Somos historia, proyección y algo se completa en esta elección que finiquita el recorrido de la brújula ideológica, ofreciendo una cierta noción de redondez, un andar experiencial que nos hace reconocer en cierta madurez que se decanta en inclusión, conciencia y ciudadanía.

Toca sudar México, meterse en el túnel un tanto autista del trabajo que intuye resultados y no los ve en lo inmediato, confianza, ofrecer el beneficio de la duda en la construcción desde la necesidad, tolerar un tiempo corto el personalismo de los funcionarios que se estrenan en el poder ‒muchos de ellos‒ y comprometer entre todos el “poder-poder” para transformar, sin procrastinación, porque la escisión del país en caso de no construir ejemplaridad es, si no un hecho, sí una vía.

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