El código maya desde Normandía

Por Gastón Melo

Pasé –gracias o a pesar de la pandemia– unos días extraordinarios en Normandía, gozando abrigado de sus playas a veces amplias y en ocasiones no tanto en función de los intrincados vaivenes de las mareas. Miré una hermosa puesta de sol desde un extremo de la bahía de Carolles, teniendo en primer plano las formaciones rocosas donde anidan ostras exquisitas.

Vi en las tardes pasar veloces a los entrenadores de caballos trotones en sus carros que se deslizan sin obstáculo en esa plataforma perfeccionada con cada ola. A veces, las góndolas rodantes impulsadas por el viento con que suelen divertirse los aventurados en invierno y no me faltó mirar a un atrevido nadador desafiando la temperatura de 7 °C en un exterior de -1 °C o -2 °C.

Miré desde la Cabaña Vauban el Monte Saint Michel dibujado a lo lejos y, desde un ángulo único, en lo alto, observé la bahía de Granville. Sentí la soledad, el frío y la belleza de esas arenas y desfiladeros en un gozo espiritual y material gratísimo.

Las identidades en Francia son tan claras como la geografía que las define. En esta tierra de la baja Normandía las planicies se extienden amplias, gozosas con sus rebaños vacunos, ovinos y equinos. Sus palacios y castillos testimonian de otras épocas, en esta zona de La Mancha, frente a las costas inglesas.

Vuelven a la memoria las historias de Tristán y su refugio dolorido mientras aguardaba la llegada de Isolda desde Cornualles, vuelven las historias viejas de los vikingos conquistadores. Irrumpen también algunos bunkers intervenidos de grafiti que hacen imaginar las desesperadas y feroces defensas nazis, y en las amplias playas los desembarcos ingleses y norteamericanos, algún aterrizaje heroico.

Normandía es la más cosmopolita de las regiones francesas, en la dulce Alsacia los franceses se sienten turistas; en Auvernia, algo aventureros; en la Costa Azul, en su tiempo estival; en Aquitania, en un sitio de proveedurías ineludibles como sus vinos y sus viandas de la Dordoña; en los Alpes, en su alternancia montañesa, pero en Normandía y en Borgoña, los franceses y, particularmente los parisinos, se sienten en casa. Más del quince por ciento de los parisinos tienen una residencia secundaria a menos de dos horas de París, y Normandía es, por mucho, la región favorita, quizá seguida de las regiones de Provenza y de Borgoña. Son más de tres y medio millones los franceses que gozan de una residencia secundaria para una población de 60 millones.

El tiempo de la Covid-19 aceleró sin reparos el desarrollo de las tecnologías de teletrabajo y éstas, la facilidad para las personas de poder hacerse productivas independientemente de su ubicación, quizá con la consideración atenuante de los husos horarios.

Así, las personas prefieren trabajar en donde les resulta más cómodo y más práctico. Patrones y empleados han debido rendirse a la evidencia, también que el teletrabajo suele en muchos casos ser más productivo.

Son tiempos donde disfrutar de la naturaleza es un complemento perfecto del trabajo. No hemos aún caído en cuenta de la profunda transformación que este confinamiento nos ha proveído. Los estudiosos del genoma, en unos decenios, reconocerán que la humanidad tuvo en este ciclo un ecualizador: la vacuna.

De esta manera, gracias a mi doble residencia puedo desplazarme hasta ahora entre Francia y México. En Normandía o en París, en México, en Guanajuato o Guerrero, en Veracruz, en Valle, y en Yucatán; en cualquier sitio he podido continuar con mis lecciones de maya. Si bien me hace falta en ocasiones el entorno sonoro para reconocer la lengua, el dislocamiento me ha hecho obtener literatura, documentos, hacer reflexiones, conocer autores y especialistas que sin haber visitado la zona saben más de la cultura que quienes no han dejado jamás de vivir allí.

Algunas historias son fascinantes como la que narra bien –entre otros autores– Michael Coe (1992), a propósito del ruso Yuri Knórozov que ingresa a los 17 años, en 1939, a la Universidad Estatal de Moscú, para estudiar egiptología, literatura japonesa, lengua árabe, sistemas de escritura chinos e historia de la India. Siendo su fuerte los estudios comparados, debemos a su maestro Sergei Alexandrovich Tokarev, especialista en pueblos siberianos, de Europa del Este, Oceanía y poblaciones de América, el haberle convidado, tras la lectura del artículo de Paul Schellhas (1945), sobre la imposibilidad de interpretar los glifos mayas a ese trabajo:

—Si usted considera que cualquier sistema de escritura producido por humanos puede ser interpretado por humanos, ¿por qué no intenta romper las barreras del sistema maya?

Así Knórozov, apunta Coe –a quien traducimos libremente–, con su bono de juventud se aplica a la suprema tarea. Su primer compromiso ya como estudiante de postgrado en Leningrado (…) fue aprender el español del siglo XVI para interpretar el trabajo de descifrado del código en la obra de Diego de Landa. Éste fue el tema de su tesis doctoral y el inicio de una carrera no exenta de la violencia asociada a la Guerra Fría en la que encuentra acérrimos enemigos en el mundo occidental como el británico Eric Thompson.

Es difícil saber y quizá no sea importante, cuál de los dos sabios aportó mayor conocimiento a la cultura maya. La Guerra Fría, sin embargo, favoreció el entusiasmo de las potencias para el estudio de esta cultura.

Knórozov recibió en 1994 la condecoración del Águila Azteca en la Embajada de México en Moscú y nunca conoció el espacio maya. Las comparaciones de Knórozov entre los jeroglíficos egipcios, los ideogramas chinos y japoneses, así como de los pictogramas y logogramas mayas, dieron lugar a descubrimientos extraordinarios.

Considerando que menos del 1% de la población podía leer estos ideogramas, las temáticas debían reducirse a los temas de poder, a fechas memorables, a batallas singulares y gestas de dominación, a premoniciones y proyecciones, a cuentas significativas, como ocurría también en los territorios de Asia o del Nilo en África.

Los logogramas incluyen a la vez valores fonéticos y conceptuales, éste es el gran avance sobre Landa que sólo se había limitado con los instrumentos intelectuales de su tiempo a establecer con acierto un orden fonético y alfabético, y no silábico como fue apuntado por Knórozov. El lenguaje escrito es en todas las culturas un viaje a la abstracción.

Entre los mayas, cada signo, descubre Knórozov, contiene un carácter consonante/vocal (CV) como en la escritura kana del Japón. También el estudio comparativo con los jeroglíficos egipcios aportó información sobre la forma de la lectura que debía acomodarse a una razón caligráfica y podía de este modo invertirse, asunto conocido desde la época napoleónica con los trabajos de Champollion.

Otros investigadores aportaron la observación de la constante del verbo al inicio y el objeto de la frase arriba a la derecha. Pequeños adelantos y grandes descubrimientos. Una verdadera aventura del conocimiento. Los animales también marcan una guía jerárquica y los números su importancia. De esta forma Knórozov desarrolla para el desciframiento un método que llama de estadística posicional, cuyos resultados fueron sorprendentes y le valieron el reconocimiento de Occidente a través de los muchos artículos que le ponderaban y que elevaron significativamente el encono, entre otros, del británico Eric Thompson.

La escritura maya aparece a Knórozov como una escritura a la vez morfémica y silábica, bastante parecida a la japonesa, que contiene ideogramas chinos o kanji a los que se les agrega el componente silábico kana, encontrándose en la escritura la posibilidad de incluir diagramas, trigramas, tetragramas, pentagramas y jeroglíficos separados, siendo los trigramas los más comunes en una proporción del 57% –apunta Knórozov–.

Es inimaginable la alegría que el descubrimiento de la palabra “Oeste” o “Este” pudo haber generado en Knórozov y sus seguidores: lak’in, (Oriente) chik’ in (Poniente) o más aun la emoción de k’ak’ upakal (escudo de fuego), encontrado en las crónicas post coloniales a propósito de un valiente guerrero y redescubierto en los textos mayas de Chichén.

Es sorprendente también, cuando no triste, en la aventura del conocimiento, que la mayoría de estos descubrimientos vienen de tierras lejanas, muchos pensadores que sin haber pisado el territorio le dan el valor y que nos cuesta a veces otorgar a nuestra realidad ensombrecida de política, y obtusa de horizontes. Un reto para las generaciones de mexicanos (as) que sabrán alegrar –esperamos– el conocimiento de sus espacios y su cultura.

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