Por Gastón Melo.
Mas allá de un aprendizaje que calificaré simplemente de lento pese a mis tres sesiones semanales desde hace tres años, la riqueza de la lengua maya me ha permitido penetrar en algunos de sus secretos donde se asientan formas explicativas de la totalidad de la existencia y que permiten cambiar nuestro sistema perceptivo, al punto de poderle convertir en un territorio virgen de aprendizaje total.
Un atrevimiento mayor ocurrió cuando participé en el VIII CILE (Congreso Internacional de la Lengua Española) en Córdoba, Argentina, en marzo de 2018. Tenía unos cuatro meses de haber abordado el estudio de la lengua maya. Esas primeras lecciones en el hotelito del Medio Mundo en el centro de Mérida con la Maestra Socorro Cahuich, fueron inspiradoras y al tiempo un bálsamo que me recordaba voces que había escuchado de mi nana Sabina y mi mamagrande, cuando de niño presenciaba sus intercambios incomprensibles.
El alfabeto maya y sus 25 vocales, sus glotalizaciones en consonantes y vocales me hicieron, así, directo entender estadísticamente el ritmo que da lugar al acento yucateco y precipitarme a escribir una nota sobre las razones de la presencia de la estructura del pensamiento maya en el español hablado en la Península de Yucatán. Entender que cada tres letras hay en promedio una glotal me pareció divertidísimo y recordé mis conversaciones con Raúl Ávila, amigo lingüista de El Colegio de México, en quien admiro la capacidad de teorizar sobre los acentos y las voces del español en las diversas regiones del conteniente americano, en la propia Península Ibérica también y luego aplicarlo. Entendí cuando el amigo español de Alfonso Reyes le decía que en América se vive en una mar de eses por la inhabilidad para diferenciarlas de las ces y las zetas.
Recuerdo que mientras escribía esas páginas para presentar en el Congreso, reía sólo cuando pensaba en esos malos imitadores del acento de Yucatán que son casi todos los extranjeros, particularmente los huaches (mexicanos) que ponen la glotal sin ritmo y donde les viene en gana y no dándose cuenta de que es en ritmo 1/3 que debe considerarse el ejercicio para alcanzar el acento.
Esas primeras lecciones que miro con nostalgia ya a cuarenta meses de haber emprendido el estudio de la lengua, son apenas un atisbo de las enormes lecciones que he tenido y que hoy, como diría Joaquín Sabina, me comen el coco.
La intuición del ser y estar, por ejemplo, que es un verbo inexistente en lengua maya y que se reemplaza por causativizadores y transitivizadores, que permiten entender la circunstancia del sujeto, son un reto mental difícil de aplicar en el cotidiano narrativo.
Las lenguas son una pista para penetrar en lo humano conciliador y diferenciador de las comunidades. Aprender una lengua original es penetrar en un sistema profundo de codificaciones que son no sólo gramaticales sino sobre todo vivenciales. Me parece imposible aprender una lengua sin penetrar en el sentido de la vida de la comunidad. Es admirable en este sentido el trabajo de Yuri Valentínovich Knorosov, quien desde los 17 años impulsado por su profesor Sergei Tokarev, emprende el estudio de la escritura de una lengua que no existe ya, ese maya primitivo que fue escrito en Palenque, en Copán, en Tikal. Knorosov, es sabido, dedica su vida al desciframiento del código maya, inmerso en las querellas de la Guerra Fría, logra entender algunas claves a través de su método llamado de estadística comparada. La historia del desciframiento es una épica extraordinaria, mezcla de anticomunismo y soberbia occidental. Fue tardío el reconocimiento de México a Knorosov con el Águila Azteca, años después que Guatemala le hubiera otorgado la decoración de la orden del Quetzal.
Hoy, la maya se escucha en todos los rincones de la Península, con sus variantes regionales dominantes en el sur y el oriente. Algunos esfuerzos aun incipientes se han hecho para normar la interpretación y la gramática y, aunque son insuficientes, se percibe un interés mayor y cada vez más generalizado por retribuir a la lengua maya su posicionamiento y mejor capacidad interpretativa del entorno.
Llama la atención cómo la lengua de Yucatán está impregnada no de mayismos sino de la lengua maya. El yucateco es perfectamente consciente que al decir pa’átiki’… está diciendo “espera” en maya y la voz le viene primero que la castellana, lo mismo con otras muchas frases que impregnan su lenguaje, nohoch, boox, ma’ j’eele’, tux ka bin, ma’ka chi’, lóoch, ch’oop, su’uts’, sakbe’ kool, janal, k’iin k’aaba’ iches, cientos de palabras que hacen sentir marginado al visitante al convertirlo en el hazmerreír de la comunidad yuca-hablante.
Y es paradójico pero el maya no distingue entre las clases, mas encumbrada la persona, hacendado en su origen más maya en su vocabulario. Sólo las nuevas generaciones buscan las unas hablar con el acento cantado, quejosito y edulcorado del centro del país. Ha dejado poco a poco de ser el caso, pero lo fue durante muchos años y lo sigue siendo por regiones, mal visto el que habla maya.
—A wojel maayat’aan waa (“¿hablas maya?”).
—Ma’ (“No”) –dicen algunos en lengua maya y entendiendo en maya la pregunta–.
Vivir en ese mundo codificado habitado por balames (espíritus), donde soplan iikes (vientos), donde se escuchan payalchi’ (rezos que invocan por igual deidades cristianas y mayas), donde se practican pulya’aj (maldades), donde cada mata tiene un nombre y un sentido, donde cada madero de la casa tradicional (xa’anil naaj) tiene un nombre propio (okomes, para las esquinas jo’olnaj, la trabe principal baalo, los travesaños, kulop, las columnas, kolox che’ los bajareques…).
Vivir las horas del día conforme a las reglas de la naturaleza, ganarle al sol, dormir la larga siesta, tomar con brisa de la tarde el segundo aire. Entender esto evita decirle “huevón” a quien duerme a las 12 del día.
Comer el frijol nuevo los lunes y el refrito al final de la semana, leer en la largura de un nido si habrá o no huracanes fuertes en el año, escuchar el silbido de un balam en la milpa, levantar un altar en el monte para protegerse, conocer las plantas, las hierbas, las hojas y cortezas y curarse con ellas, eso es aprender un idioma.
Hacer las ceremonias que invita el calendario: el jo’olbesaj para las buenas cosechas, hacerle k’eex a quien se enferma mucho, o procurar un pulya’aj si se quiere hacer una maldad, u kaachal ja’ para que llueva, celebrar con devoción por los ancestros el Janal pixan, el chachakwa’ para la comida seca del octavo día y su consecuente bix u octavario y disfrutar siempre de una buena Pay waakax, la corrida, donde la población adquiere estatus reservando sus plazas en las efímeras construcciones no exentas de peligrosas embestidas. Gozar en una vaquería las antiguas formas del rap. Inspirar una “bomba” atrevida.
Hablar la lengua maya es vivir la mayicidad y en cierta forma hacerse más universal. Su lenguaje está tejido de formas del cotidiano y éstas son también formas de la humanidad.