Receta para creer en México

Por Gastón Melo.

Son tiempos de reflexión nacional de pensar el país desde distintos vértices. Invierto algunas veladas de este prolegómeno otoñal entre la lectura de Yu Hua, para entender el espíritu de China y sus diferencias con el nuestro, horas entre la serie de Simón Bolívar exaltando los valores de la libertad y la construcción de la Gran Colombia y este largo fin de semana con los gritos patrioteros y arriesgados de los embajadores de México en todo el mundo, antes de saber qué diría el jefe AMLO, las fiestas en las alcaldías y el propio “grito” del presidente López Obrador acompañado sólo por doña Beatriz, en el balcón de Palacio Nacional. Así, este septiembre se revela propicio para una reflexión sobre la identidad y sobre el destino del país.

La Madre Patria es una contradicción, ¿no es cierto?, o es madre o es patria, no es la pachamama andina, ni la mamá tierrita, tampoco la mamita tierra bien definida. ¿Es nuestro país-mamá que le decimos padre? O bien, ¿padre que nos amamanta? Así es México y pocos lo explican tan bien y sucintamente como el poema del «vate» Ricardo López Méndez, que vale la pena leer pausada y analíticamente porque hay allí una suerte de psicoanálisis ad-mínima, del mexicano y de la mexicanidad también (a continuación, mis comentarios al respecto –y en cursivas–).

I
México, creo en ti,

como en el vértice de un juramento.
Tú hueles a tragedia, tierra mía,
y, sin embargo, ríes demasiado,
acaso porque sabes que la risa
es la envoltura de un dolor callado.

G: Cuántas veces me he preguntado por qué tendemos tanto en México a la risa. Si fuésemos un poco más serios seríamos quizá más atentos a nuestro devenir. México, creo en ti, sin que te represente en una forma porque te llevo dentro, sin que sepa lo que tú eres en mí; pero presiento que mucho te pareces a mi alma que sé que existe, pero no la veo. 

II
México, creo en ti,
sin que te represente en una forma
porque te llevo dentro, sin que sepa
lo que tú eres en mí; pero presiento
que mucho te pareces a mi alma
que sé que existe, pero no la veo.
G:
Sugiere el vate, una mexicanidad que se siente e intuye denominadores comunes para una población plural y a veces muy dividida.

III
México, creo en ti,
en el vuelo sutil de tus canciones
que nacen porque sí, en la plegaria
que yo aprendí para llamarte Patria,
algo que es mío en mí como tu sombra
que se tiende con vida sobre el mapa.
G:
Sombra que se tiende con vida es una extraordinaria imagen de la mexicanidad que sentimos y que no somos siempre capaces de explicar.

 

IV
México, creo en ti,
en forma tal, que tienes de mi amada
la promesa y el beso que son míos.
Sin que sepa por qué se me entregaron;
no sé si por ser bueno o por ser malo,
o porque del perdón nazca el milagro.
G: Y es que, si bien no sabemos realmente lo que le aportamos a la patria, sentimos que ella nos ha dado mucho, es el impulso, la referencia, el beso que que es anima para definir parte de lo que somos.

 

V
México, creo en ti,
sin preocuparme el oro de tu entraña;
es bastante la vida de tu barro
que refresca lo claro de las aguas,
en el jarro que llora por los poros,
la opresión de la carne de tu raza.
G:
Porque México duele, conmueve el alma, no su riqueza material sino la espiritual que se refleja en las manos que acarician la tierra húmeda del barro y tantas otras fuerzas que se expresan en miradas de sapiencia ancestral y dolores que intuimos.

 

VI
México, creo en ti,
porque creyendo te me vuelves ansia
y castidad y celo y esperanza,
si yo conozco el cielo es por tu cielo,
si conozco el dolor es por tus lágrimas,
que están en mí aprendiendo a ser lloradas.
G: Porque a pesar de todos nuestros viajes y dislocaciones, se le te tiene por referencia y porque un poco sin querer, un poco por voluntad, sabemos de sus dolores y sus querencias.

 

VII
México, creo en ti,
en tus cosechas de milagrería
que sólo son deseo en las palabras.
Te contagias de auroras que te cantas.
¡Y todo el bosque se te vuelve carne!
¡Y todo el hombre se te vuelve selva!
G: Esta es una fusión perfecta en que vemos una eucaristía del entorno en que nos sentimos con Pellicer “tan árbol a veces”.

 

VIII
México, creo en ti,
porque nací de ti, como la flama
es compendio del fuego y de la brasa;
porque me puse a meditar que existes
en el sueño y materia que me forman
y en el delirio de escalar montañas.

IX
México, creo en ti,
porque escribes tu nombre con la X
que algo tiene de cruz y de calvario:
porque el águila brava de tu escudo
se divierte jugando a los “volados”:
con la vida y, a veces, con la muerte.
G: Esta idea Xictli, ombligo, cruce de caminos, cambios continuos, esperanza, dolor de cruz y de calvario, mueve. Hace consciente de la necesidad de sentido de ese movimiento.

 

X
México, creo en ti,
como creo en los clavos que te sangran:
en las espinas que hay en tu corona,
y en el mar que te aprieta la cintura
para que tomes en la forma humana
hechura de sirena en las espumas.
G: Una metáfora lírica dibujada antes que los sirenos de García Ocejo y que sugiere forma humana para el país de pechos generosos, cintura ceñida y caderas bailarinas. [Para ver la obra de arte y su interpretación dar clic aquí]

XI
México, creo en ti,
porque si no creyera que eres mío
el propio corazón me lo gritara,
y te arrebataría con mis brazos
a todo intento de volverte ajeno,
¡sintiendo que a mí mismo me salvaba!
G: Podemos criticarlo pero en el fondo el país nos reclama construcción, implicación.

 

XII
México, creo en ti,
porque eres el alto de mi marcha
y el punto de partida de mi impulso.
¡Mi credo, Patria, tiene que ser tuyo,
como la voz que salva y como el ancla…!

Hay sabiduría sin duda en esta oración mexicana del ilustre izamaleño coetáneo, paisano y pariente de mi abuela materna, «mamagrande», también nacida en Izamal, Yucatán. Transparentada mi condición «yucarochahuachera», es decir, yucateca, jarocha y huacha (habitante del altiplano central), me cuesta trabajo pensar cómo pudo darse la visión nacionalista del poema desde ese tropismo yucatanense. Para explicarnos habrá que empatizar con el tiempo del vate.

Nace Ricardo López-Méndez «el vate» en 1903, en Yucatán, acaba de vivirse la última (¿?) guerra de castas en el país, hay entre los criollos un acendrado odio a los indígenas (hay fotos de mi bisabuela con látigo en su mecedora austriaca). Se recuerdan las luchas de otras generaciones de mayas en distintas épocas, y entre estos hay un desprecio profundo por los hacendados violentos y protegidos por un ejército enviado desde el centro del país y que al mando de aquél viejo General de 66 años, Ignacio Bravo, logró dominar a los alzados.

Debió el vate, sin duda, escuchar en su nativa Izamal, los comentarios de sus padres y sentir el desprecio, conocer un sentido fuerte de la palabra dominación. Olegario Molina, quien vivía su primer periodo como gobernador, manejaba la política con mano muy recia y tenía los oídos prestos del General Díaz, quien más tarde habría de nombrarle secretario de fomento.

La guerra de castas se había prolongado más de cinco décadas y produjo la existencia de un territorio independiente respaldado por los ingleses desde Belice. Chan Santa Cruz, la capital los Cruzoob, seguidores de la cruz parlante, sincretismo singular y aún vigente en algunas comunidades. Esta condición de semi-independencia, hizo que en 1902 el territorio peninsular fuera dividido, por órdenes de Porfirio Díaz, y quizá por sugerencia de don Olegario, creándose el territorio de Quintana Roo.

El vate escribe –sin embargo– su credo patrio en 1939 o 1940, bajo el régimen del general Lázaro Cárdenas del Río y, antes, de don Manuel Ávila Camacho. Son años en el país de un profundo nacionalismo. Se celebra por primera ocasión el día de la bandera, se goza de una relativa paz social y se vive una etapa de desarrollo impulsada por las condiciones difíciles de Europa que se encontraba en pleno período nazista, franquista, fascista y comunista. El caos de la guerra requería materias primas como el petróleo que México acababa de estatizar, dejándole así una condición privilegiada para su desarrollo, para consolidar los paradigmas de la revolución e iniciar una relativa democratización del territorio (Partido Nacional Revolucionario).

Las voces que escuchamos de ese período nos parecen extraordinariamente engoladas, Hitler, Stalin, Mussolini, Franco, hablan y gesticulan de modo que impregnan al mundo de un estilo sólo mitigado por el humor inglés y la parsimonia de Winston Churchill. El vate no es la excepción, su condición de locutor, compositor y poeta le orillaban a recitativos pastosos.

El tiempo ha menguado esos gestos grandilocuentes y esas voces jabonadas para legar una poesía llena de sentido, fuerte, verosímil y convocante. Leída ahora con lentitud y ahínco nos deja un retrogusto de sentido que se mira con nostalgia de un pasado en que el país era ciertamente más pobre, pero estaba menos dividido.

Creer en México, es saber que, si bien en política mucho es circunstancia, en algo se puede influir desde la perspectiva y la acción de ciudadanos que quieren tener un país del cual sentirse orgullosos, una nación respaldada por instituciones y narrativas sólidas.

El tiempo apremia, y si no queremos ver desarrollarse unos NUEVOS ESTADOS DESUNIDOS MEXICANOS, es tiempo de revisar actitudes y quehaceres para construir denominadores comunes y un imaginario compartido de país.

Las empresas, instituciones, escuelas, partidos y organizaciones de la sociedad civil deben incorporar a sus metas de desempeño, a sus neoliberales KPI’s, una visión de país animada de miradas que puedan sostener en dignidad y, en el tiempo, un imaginario compartido y comprometido a través de indicadores para una mejor educación mental, un crecimiento, económico más moral y tan sostenible como sea posible.

Los retos duelen y alientan, no queremos seguir viendo un México dividido por una política sectaria. Hacer un mejor país es compromiso del gobierno y reto de actores en todos los niveles. Combatir el cultivo (la cultura, sí) de la corrupción, implica una optimización de las relaciones y del diálogo para lubricar dentro de la ley, las relaciones entre mexicanos que hasta hoy parecen tener visiones diferentes.

Las empresas que se desarrollan en el territorio nacional deben entender que las comunidades son también sus comunidades, y las comunidades asumir que las empresas son también sus empresas, que los centros de formación son centros, a su vez, de amueblamiento mental para entender participar, innovar y crecer desde esta condición. Quizá si trabajamos mucho, en este sentido, lograremos que la ineludible Cuarta Transformación lo sea para todos y que el poema del vate López Méndez, no sólo emocione, sino que aliente también y empeñe nuestras acciones para hacer de nuestro país, uno que sea con rumbo claro y velas bien izadas para aprovechar los vientos.

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