Crónica de cómo viví La Cita Izamal

Soy de esos que creen que no existen las casualidades. Todo ya está escrito y siempre hay un porqué de las cosas.

El año pasado asistí sólo a dos eventos del festival La Cita Izamal, que para mí fueron eventos culturales espectaculares. Uno de ellos junto a la ceiba, a la luz de la Luna y música en vivo. Pero este año 2023 viví La Cita Izamal de manera diferente. MUY diferente. Ya no sólo fueron eventos culturales espectaculares, fueron eventos que me transformaron al acercarme con la espiritualidad, mi interior, la gente, la música, los sentidos en general y la naturaleza.

Esta es una crónica de esa transformación.

El jueves en la tarde-noche asistí a los dos primeros conciertos. El primero fue en la Capilla de los Remedios, un concierto de piano presentado por Jorge Alberto Medina López, justo antes de que el atardecer hiciera su presentación en la hermosa Ciudad Amarilla.

El eco de la Capilla hacía vibrar las notas de aquel piano y me vi obligado, varias veces, a shazamear las canciones de lo preciosas que estaban. Había una que hablaba de las estaciones y la naturaleza. Cerré los ojos y me fui imaginando cada una de las estaciones. Las notas se estremecían cuando en mi mente pasaba invierno. Volaba el sonido con la llegada del otoño, en verano la melodía gritaba de alegría y contagiaba la calma al llegar la primavera.

De ahí, inició el recorrido tradicional que realizaron los estudiantes de la Universidad Tecnológica del Centro de Izamal (no estoy muy seguro cada cuándo), pero contaron la historia de Izamal de manera teatral. Le dimos la vuelta a la Pirámide Kinich Kakmó mientras cantaban y uno de los alumnos brincoteaba alrededor de todos nosotros con una cabeza de venado. Mientras caminaba, tuve una de las mejores charlas que he tenido con una de mis tías-primas jaja acerca de los alimentos y cómo debemos hacernos más conscientes de la vida misma. Todo esto bajo el cielo pintado de estrellas.

El segundo concierto fue más noche. La Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías (OIANT) dio un espectáculo en la Plaza Zamná, digno de pararse a cada rato a aplaudirles.

La vibración de aquellos elementos me transportó a otro universo. (No, no me fumé nada). Fue simplemente que he aprendido que todos somos energía y la música tiene vibraciones, esas vibraciones nos llenan de vida y energía. Así que me dejé llevar por ellas y solté mi cuerpo, que no podía dejar de moverse y a ratos cerraba los ojos.

Al día siguiente hice mi maleta, agarré dos manzanas del refrigerador, tomé las llaves del auto y disfruté la carretera.

Al llegar nuevamente a Izamal, le marqué a mi madre para saber dónde estaba y hacer tiempo, ya que mi primer evento era a las 4. Tenía unos minutos para comer algo.

Se encontraba con unas personas en el restaurante Kinich. Se me hizo algo lejos y decidí pedir una torta de empanizado y agua de horchata en el mercado. Fácil y rápido para llegar a tiempo, lo cual me funcionó, ya que tuve que preguntar dos veces donde se encontraba el lugar llamado Dos91.

Un chico del staff, que se encontraba en el zócalo sólo señaló una esquina y me dijo “ahí”.  La verdad pensé que era la esquina de la explanada del lado izquierdo, porque tiene un tipo escenario, pero no. Fui a la esquina de atrás de la explanada, adentro de los portales a preguntar en un lugarcito que parecía cafetería y justo era ahí.

Ese lugar se convirtió en mi segundo templo. El primero fue la Plaza Zamná.

La Dos91es un lugar lleno de magia y mucha paz. Quizá por eso lo escogieron  para dar las ceremonias de cacao. Ese día no había asistido a la de la mañana, pero sí llegué a de las 4. Impartidas todas por la encantadora Yazmin Osorio Ruiz.

Antes de todo, pasó algo muy gracioso. Cuando estaba afuera fumando, esperando que diera la hora, pasaron dos señoras como de 50 años, extranjeras, que según yo andaban perdidas. Les pregunté si buscaban el evento y una, la más alta, me respondió que no hablaba español. Respondí “ok” y seguí fumando, pero algo me dijo que les hablara ahora en inglés y las invitara al evento. Eso hice. Para mi sorpresa ¡si llegaron las dos!

Esta ceremonia fue tremenda, emocionalmente hablando. Primero nos limpiaron con el humo del copal, uno por uno, deteniéndose a momentos en los lugares donde el cuerpo lo necesitaba. En mi caso, fue entre la espalda y el cuello. Justo donde se encuentra el quinto chakra, que afecta la garganta y la espina dorsal alta.  Mi columna vertebral es el eje de mi vida, pero esa es otra historia…

Después de la limpieza, agradecimos a los cuatro puntos cardinales y nos conectamos con ellos levantando las manos hacia el cielo. Luego nos sentamos y nos dieron una semilla de cacao, la cual teníamos que ir trabajando arriba del paladar, para después activar nuestra bebida. Antes de que dijeran que la pusiéramos en la bebida, las estadounidenses y yo ya habíamos masticado la semilla y cuando escuchamos que ya podíamos echar la semilla a la bebida, nos empezamos a reír. Yazmin se dio cuenta y nos dijo que a veces el cacao activa otras cosas, en este caso, la risa y la alegría.

Mientras tomábamos la bebida de los dioses, el cacao nos permitía y ayudaba a ir soltando heridas. Yo solté mi herida de abandono. Agradecí a mi madre biológica por todo y deje el dolor que me ha ido causando y acompañando a lo largo de mis 32 años, dentro de mis relaciones de pareja. Respiré mucho y al final, encendimos una vela abajo del altar para dejar ahí todo ese dolor.

Al finalizar la ceremonia, nos dieron trece semillas de cacao que podíamos compartir con quien quisiéramos dentro del círculo de personas que nos encontrábamos ahí. Una de las señoras que invité, la más alta, se acercó a mí y me dijo que me agradecía la invitación. Que tenía un don espacial y le había regalado una de las mejores experiencias espirituales más bonitas. Le respondí gracias a ella por aceptar mi invitación y que esperaba que sanara y encontrara todo lo que ha estado buscando en su vida. Hicimos intercambio de semillas y terminamos con un abrazo que conectó nuestras almas.

Me sentí satisfecho y ligero, pero fue hasta las horas siguientes que esa ceremonia del cacao hizo su magia.

En la tarde-noche, me dirigí con una de mis gurús a la Capilla de los Remedios a otro concierto. Esta vez estarían Osian Dúo con Chiara Boschian Cuch en la flauta y Eduardo Cervera en la guitarra. Una vez más me dejé llevar por el eco del lugar y me perdí en las melodías.

Además de ser dos jóvenes sumamente talentosos, tienen una vibra pura, limpia y transmiten mucha tranquilidad con sus instrumentos. Después de una sacudida emocional, esta fue la mejor manera de terminar meditando. Dejar ir y aprender a recibir.

A partir de ahí, la música se convirtió en mi mejor acompañante.

Se abrió la noche con el concierto de Gérard Kurkdjian y el ensamble Agua de Vida en la Plaza Zamná. Mi cuerpo me pedía a gritos moverse en ese momento. Incluso, fue en ese concierto donde conocí a tres personas muy valiosas, pero sobretodo una que consideré mi gurú durante mi estancia en Izamal.

Este concierto estuvo lleno de vida, y literalmente de vida. Lo mejor fue cuando el canto de los pájaros acompañó los instrumentos. Ver como se impactaba Gérard y sonreía extasiado, fue uno de los mejores momentos del viaje. Esa sincronicidad del ser humano con la naturaleza fue, sin duda alguna, lo mejor que he visto y escuchado en mi vida. Por lo menos yo sí me sentí uno mismo con ese todo que estaba sucediendo en ese momento. Hubo momentos en los que mi cuerpo se paralizó y prefirió enfocarse en las manos del bajista, escuchar la trompeta y la voz poética de Gerard hablando del agua.

Después de ese impactante concierto, me dirigí con mi familia a lo que sería mi tercer templo, La Casona de Izamal, donde la noche terminaba con el tremendo Cabaret del Alma, lleno de baile, alegría, mexicanidad y sabor. Yo que no soy de bailar o no era, le di a mi cuerpo lo que me pedía horas antes con aquellas melodías acuáticas. Flui y le di al cuerpo “alegría macarena” hasta la 1 de la mañana.

Esa misma noche conecté mucho con la salsa y la cumbia, como hacía mucho no conectaba. Todos cantaron, bailaron y fueron felices.  El cacao estaba haciendo su magia y yo me sentí libre.

El 18 de marzo fue un día especial. Primero, dormí hasta que mi cuerpo me dijo “vámonos a desayunar”. Pedí un jugo verde para llevar y me dirigí a La Casona de Izamal para encontrarme con mi amiga Karla, y ahí conocí realmente a mi futuro gurú, Luisja. Desayunamos unos deliciosos chilaquiles, platicamos y al terminar nos pidió Luisja que si lo acompañábamos a su hotel para pasar por su maleta.

La primera noche yo había dormido en un cuarto con mi mamá, y esta segunda noche se supone que dormiría en el cuarto con mis tías, en un sillón, pero Karla nos ofreció a ambos hospedaje esa noche.

Al llegar al hotel, bajamos un rato a la alberca y nos pusimos a platicar hasta que la lluvia nos obligó a meternos nuevamente al cuarto, pero estaba tan bonita la lluvia que preferimos quedarnos en el pasillo que realmente era un balcón. Marco, uno de los compas de Luisja, había puesto música cubana que nos hizo mover los pies a todos. Incluso su novia que se sentía medio mal se paró a bailar con nosotros. Lo chistoso ahí, fue que en la habitación del lado derecho se encontraba la actriz cubana Claudia Rojas. Un personajazo. Al escuchar la música salió a sentarse en una mecedora que estaba en la esquina del pasillo a fumar y a tomar café. Nos pusimos a platicar, nos invitó un café cubano preparado por ella y nos dispusimos a seguir bailando los seis en lo que nos decían si iban a seguir los eventos de La Cita Izamal.

Finalmente, Irene, la mamá de Marco, nos indicó que cantaría nada más y nada menos que nuestra querida Maruchy Behmaras en La Casona de Izamal más noche.

Como ya estaba bajando la lluvia, decidimos comenzar a caminar por la plaza para ver si había algún evento, pero nos perdimos en la majestuosidad de la ceiba. Ahí vivimos los tres, Karla, Luisja y yo, un momento muy espiritual. La ceiba le hablaba de Dios a Karla y le explicaba cómo podemos vivir la muerte de un ser querido de una manera más pacífica, sin tanto dolor, amando y abrazando el recuerdo de esa persona, pero dejando ir lo que no nos permite avanzar. Las gotas de lluvia no fueron impedimento para terminar recitando el poema a la patria que se encuentra frente al hermoso y gigantesco árbol, como simbolismo de lo que fuimos, somos y seremos.

Después de nuestro pasaje espiritual y filosófico en la ceiba, nos dirigimos al antiguo Cine Leonor donde sería el desfile de modas de la creadora Lydia Ucan. El evento fue abierto por los músicos de OIANT, quienes nos invitaron a todos los presentes a bailar como si fuera la víbora de la mar.

Después del divertido zangoloteo musical, comenzó el desfile que presentaba diferentes y hermosos huipiles yucatecos bordados por la misma Lydia Ucan. Fue muy conmovedor escuchar sus palabras de agradecimiento a La Cita Izamal. Se ve que es una señora muy luchona y con un corazón enorme.

De ahí fuimos a La Casona de Izamal a esperar a que fuera el concierto. Una amiga de Luisja nos alcanzó y fue partícipe de nuestra risoterapia. Los meseros nos veían muy extraño, pero me recordó los tiempos que pasaba con los amigos de mi prima Sofía, todos cristianos, parecía que se habían metido algo, pero lo único que tenían en sus sistemas era un inmenso amor a la vida, al otro y a Jesús. En ese momento el café y el azúcar fueron nuestra droga. No paramos de reír y disfrutar el momento. Más adelante llegó Maruchy, que también nos veía bien raro jaja y la cantante de salsa y cumbia de la noche anterior.

Ambas hicieron un dueto increíble, pero lo mejor fueron las letras escritas por Maruchy. Son poesía pura. También me vi obligado a shazamear y anotar el título para guardarlas y escucharlas más adelante. Principalmente porque conecté mucho con una de sus canciones, resonaba lo que estaba viviendo en ese momento.

Al final, nuevamente terminamos bailando salsas y cumbias, hasta que mi cuerpo no pudo más y me fui a dormir.

Al día siguiente, los tres fuimos a desayunar unos deliciosos huevitos con longaniza en el restaurante Los Arcos antes de ir nuevamente a la ceremonia del cacao a la Dos91, para cerrar con broche de oro, y escuchar más meditaciones de Gérard Kurkdjian. Comenzó a llover otra vez, pero eso no fue impedimento alguno y, junto con la lluvia, agradecimos nuevamente a los cuatro puntos cardinales y conectamos con la Madre Tierra. Esta vez hubo mucho agradecimiento y una vela rosa, la cual perdí, pero esa también es otra historia.

Al terminar tuve un viaje de regreso a Mérida por parte del evento, para las integrantes del Movimiento Alma Colibrí. Tres mujeres con una energía impresionante, llenas de arte. Pasamos el trayecto platicando de música y sus vidas como artistas. Conectamos tan bonito que terminamos por pasarnos nuestras redes para seguir en contacto. Una de ellas, curiosamente vive en Conkal, casi es mi vecina.

Al llegar nuevamente a Izamal, me encontré a Luisja y a Karla en un taller impartido en la Dos91 por la mismísima Claudia Rojas. Al encontrarnos nos empezamos a reír y comenzó el taller. No recuerdo el nombre, pero era para reconocer cada parte de tu cuerpo e ir sanando por medio del sonido de tu voz. Un gritito grave que emitíamos al sentirnos interiormente. Fue muy fuerte al sentir mi brazo izquierdo y mi cerebro. Mi cuerpo me pedía llorar y soltar todo el dolor que estaba sintiendo en ese momento y grité dejando ir las emociones negativas. Por fin estaba sanando todo lo que había cargado por muchos años. Claudia me abrazó y eso me hizo sentir mucha paz.

Al finalizar me fui a dormir un rato después de tremendo sacudidón emocional y a bañarme al hotel,  hasta que me llegó el mensaje de un primo diciéndome que corriera al Cine Leonor. Al entrar, quedé impactado con la escenografía. Ya era tarde-noche, el sol ya se escondía y el lugar estaba lleno de luz tenue esparcida por las velas que cubrían a las dos integrantes de Balladeste: Tara Franks en el cello y Preetha Narayanan en el violín.

La conexión que tenían ambas era impresionante. Creo que nunca me había percatado realmente de cómo los músicos se comunican con la mirada y movimientos de cabeza, pero sobretodo como sienten su propia música. Eso es padrísimo porque transmiten el gozo a los espectadores. Fue verdaderamente hermoso verlas y escucharlas.

Después de la calma, vino el rap con Barrio Maya, que nos puso a todos los presentes a brincar y mover las manos al ritmo de sus palabras. Un último movimiento para hacer espacio en el estómago y quedar listo para la cenita.

En algún momento del viaje acudimos a una lectura de atril con Yazmin Osorio en la Dos91, pero, como se movieron algunos horarios por la lluvia y mi memoria está medio chueca, no recuerdo que día fue exactamente, lo que sí recuerdo es el evento. La lectura fue un texto de Laura Esquivel “¡Arriba Dios! ¡Abajo el diablo!”. Una maravillosa interpretación en compañía de chocolate caliente en un cuenco. No podíamos apartar la mirada de lo interesante que estaba la historia y de lo que vivió aquella monja novohispana con relación a la comida. Me pareció fascinante, ya que estudio gastronomía y el conectar con la comida es uno de los temas más relevantes en mi profesión. Podría ser un reto, pero los extranjeros aman la comida mexicana. Y esa monja me recordó el porqué estudio lo que estudio y confirmó el camino en el que estoy.

Pero regresando a la cena, después de rapear, acudimos a cenar al mercado municipal con el chef Pedro Medina, quien nos deleitó el paladar con sus deliciosos platillos. No recuerdo mucho el nombre, pero de entrada nos sirvieron polcanes de chaya, el segundo tiempo fue un papadzul de relleno negro, y para finalizar, el plato fuerte, chilaquiles con lechón. El postre no lo recuerdo muy bien porque ya se me cerraban los ojos, pero si recuerdo la frescura del agua de piña con chaya.

Finalicé ese día en otro hotel, con una vista increíblemente majestuosa a la parte trasera del Convento de San Antonio de Padua y con esa imagen me fui a dormir.

Como le dije a Claudia, mientras bailábamos bajo la lluvia, “Si días antes estaba buscando un retiro espiritual, lo encontré en La Cita”. Para mí este festival fue más allá de mis expectativas. No sólo conocí la cultura, me transportó a mi interior, me hizo reconectar con la comunidad, me devolvió el sentimiento de paz, de gozo. Conecté con la música como nunca antes había conectado. Gente de la región y extranjeros nos volvimos uno mismo y nos abrazamos el alma. Y como mencioné anteriormente, me confirmó que a través de la gastronomía se puede sanar el cuerpo, la mente y el espíritu. Gracias por eso.

GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

Nos vemos en el 2024.

Atte,

Rivél (catador de la vida).

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